- “Sí digo que tenemos contra nosotros, contra la paz, contra la vida de los hombres en el momento actual, unas previsiones terribles y contra los cuales será necesario que los trabajadores de Europa hagan todos los esfuerzos de solidaridad suprema de que sean capaces.” – Jean Jaurès (Lyon, 25 de julio 2014)
Siempre hay un discurso que trata de justificar la guerra. Se hacen guerras por la paz, por la democracia, por la patria, por todos los dioses, y por supuesto, para prevenirnos de la guerra se hacen guerras preventivas. El discurso es flexible y grandilocuente, cambian las banderas y los himnos, pero siempre mueren los mismos.
Los líderes cuantifican su popularidad, los pirómanos se disfrazan de bomberos, los vendedores de armas calculan sus beneficios y los pueblos siempre pagan las balas y ponen los muertos.
Las familias durmiendo en el metro de Kiev me recuerdan el relato de mi abuelo, cuando me contaba que, en el Madrid de su niñez, durante la Guerra Civil, muchas noches las pasaban en la recién estrenada estación de metro de Embajadores, para refugiarse de las bombas arrojadas por la aviación nazi.
Hoy Ucrania nos duele, un pueblo que llevaba ocho años sufriendo una guerra civil en la región del Dombáss, con más 14.000 muertos y un millón de desplazados, que ahora se recrudece con esta injustificable invasión por parte de Rusia.
Las guerras civiles siempre son alimentadas desde el exterior. Así, durante estos ocho años, Rusia y EEUU han alimentado con armamento e instructores militares un conflicto en el que cada uno de los dos defienden los intereses de su imperio. Los acuerdos de paz de Minsk de 2015 se incumplieron y las bombas siguieron cayendo. Las guerras necesitan armas. Los fabricantes de armas necesitan guerras.
Asistimos a sesudos debates sobre si el gas, que si la OTAN, que si la Unión Europea… debates ridículos cuando sales de tu casa con tu familia y una maleta buscando un lugar seguro. Las familias trabajadoras necesitamos seguridad, trabajo, poder desarrollar nuestras vidas dignamente, y ello es incompatible con la guerra.
Las guerras deben ser condenadas, sabiendo como sabemos que tras ellas siempre se ocultan intereses no confesables. Condeno esta guerra como la que asola Yemen, como la que destruyó Libia, como la que tiñó de sangre Yugoslavia.
Hoy el pueblo ucraniano necesita refugio, tiene derecho a refugio y apoyo humanitario, y debemos dárselo. Como el pueblo sirio, como los afganos. Los ucranianos tienen derecho a defender su país y a poder vivir en paz, como los saharauis, como los palestinos.
Soy de Alcalá de Henares y tengo más de 1.400 vecinos ucranianos y 148 rusos, no creo que ninguno sea mi enemigo, ni pienso que deban ser enemigos entre sí. A ninguno de sus hijos les entregaría un arma, al igual que no quiero que nadie le de un arma al mío, si podemos aportar algo que sea para construir la paz, no para avivar el fuego de la guerra. No hay camino para la paz, la paz es el camino.
Nuestro país, España, necesita tener una política soberana, no plegada a los intereses de ningún imperio, y una política internacional basada en la cooperación y la solidaridad entre los pueblos.
El “No a la Guerra” no es un mensaje coyuntural u oportunista, es la convicción profunda de que la solidaridad entre los pueblos, nuestra sed de paz, puede ser más fuerte que el odio sembrado por aquellos que gestionan el negocio de la guerra.