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In memoriam José Ramón López de los Mozos, una de mis puertas al mundo de las botargas.
- Manuel Vicente Sánchez Moltó es Cronista Oficial de Alcalá de Henares
Dio cumplida cuenta ALCALÁ HOY del encuentro de botargas que el pasado 12 de febrero tuvo lugar en el Centro Regional de Castilla-La Mancha de nuestra ciudad. Muchos de los que desconocían esta tradición festiva de las tierras del Oeste de la provincia de Guadalajara, quedaron sorprendidos por ese magnífico desfile de grotescos personajes, que hunden sus raíces en el mundo prerromano. Eso sí, fuera de su contexto cultural, por lo que conviene dejar claro que todo aquel que desee realmente comprender el significado de esta manifestación tan ancestral, tiene que hacerlo en su propio ambiente, sólo así se puede uno aproximar a su profunda significación, sin quedarse lo anecdótico.
Hace más de treinta años que tuve mi primer encuentro con el mundo de las botargas. Fue en Retiendas un gélido dos de febrero durante la procesión de la Virgen de la Candelaria. Me sorprendió sobremanera y, desde entonces, me ha seguido atrayendo el tema. He leído mucho al respecto y, a mi modo, también he indagado, en la convicción de que también las hubo en esta artificiosa provincia de Madrid, creada al capricho de Javier de Burgos en 1833, a base de arrancar territorios de Ávila, Segovia, Guadalajara, Cuenca y Toledo, agregándolos a lo que había sido alfoz de la villa y corte y transmutada siglo y medio después en lo que hoy es la Comunidad de Madrid. La visita de las botargas a Alcalá me ha parecido un motivo más que justificado para dar a conocer algunas breves notas de lo que he conseguido recoger al respecto en estos años.
Hablando de las máscaras en España, en 1838 Basilio Sebastián Castellanos (1807-1891) nos explicaba: “Por último, en Castilla y pueblos cercanos a Madrid he visto danzas, particularmente en Morata de Tajuña, de jóvenes disfrazados galanamente y guiados por un maestro llamado Botarga, que es un baco o payaso con la cara tiznada o cubierta con una careta de tela del mismo color del vestido, generalmente negro, el cual llevaba en la mano una especie de Tirso bacanal, que no es otra cosa eI bastón del maestro de baile de nuestros bailes de máscaras actuales”. Es la primera noticia que tenemos de la existencia de una botarga en esta villa, lindante con la Tierra de Alcalá y tan histórica y culturalmente ligada a ella. No sabemos cuándo esta costumbre desapareció y de la que parece que se perdió toda memoria, ya que Jesús de la Torre en su documentada historia de esta localidad nada dice de este festejo.
También Castellanos, en 1841, se refiere a la antigua procesión de Corpus de Madrid antes que Carlos III prohibiera la participación en ella de danzas y de los gigantes, gigantillas y tarasca. Nos explica como en la víspera, “salía de la parroquia de Santa María, un hombre vestido grotescamente al que llamaban el mogigón el cual llevaba en la mano una vara con dos vegigas de carnero infladas colgando, con este botarga iban una porción de hombres y mugeres vestidos ellos, de moros, y ellas de ángeles, con alas y toneletes blancos… A esta comparsa seguía el tamboril y la gaita de la villa, músicos que tenía el concejo para las fiestas públicas, y de los que existen hoy descendientes en el mismo oficio…, tocan en las romerías de los pueblos de la provincia”. La equivalencia entre mojigón y botarga es evidente. En el momento que escribe ese texto, afirma que “En el pueblo de Getafe, a dos leguas de Madrid, se da todavía este nombre al botarga o payaso que guía la danza en sus fiestas”. También en Getafe se ha perdido toda memoria de este festejo.
En un artículo sin firma, publicado en 1875 en el diario “El Globo” de Madrid, se amplía algo más la información sobre este personaje del Corpus Madrileño: “a un extremo del tablado se colocaba el Mojigón con una vara de que pendían higos, que daban lugar al juego de que aún se ven rezagos en el entierro de la sardina”. Es evidente que se refiere al famoso “Al higuí, al higuí, con la mano no, con la boca si”, con el que se distraía a la chiquillería.
Lo confirma tres años después José Huertas, cuando se refiere al entierro de la sardina, punto final del carnaval madrileño, que se celebraba en la Pradera del Canal del Manzanares. Entre todos los variopintos personajes que acudían enmascarados a la pradera, menciona a los “Pobres diablos con botarga de color de ala de mosca y careta de manufactura casera, adquirida en la carbonera de su casa sin más trabajo que el de la fricción”. Dicho de otro modo, con la cara tiznada de negro, que nos remite a la botarga ya mencionada de Morata de Tajuña y que, dicho sea de paso, aún pervive en la botarga de Fuentes de la Alcarria, en Guadalajara.
Ese festejo referido del Corpus de Madrid, aún se mantenía a finales del siglo XIX en lo que fue villa de Fuencarral, antes de ser engullida en 1951 por el monstruo capitalino. En abril de 1891 hablando de una peregrinación religiosa, en la que participaron las parroquias de Fuencarral y de Alcobendas, con una gran concurrencia de peregrinos, afirma que estuvo presente “El hombre-botarga, provisto como un Solesio de bastón de mando con vejigas por borlas, aporreaba a la concurrencia”. Tres años después, en 1902, Gabriel María Vergara (1869-1948) cuenta como le llegó la noticia de que se iba “a echar la loa” en Fuencarral, algo que consideraba que había quedado en desuso desde hacía dos siglos. Efectivamente, el 3 de mayo, comprobó personalmente que se aún se realizaba en honor de la Virgen de Valverde, en la puerta de su santuario, situado a dos leguas de Fuencarral. Describe como “Los personajes que figuran en la loa son veinte: el alcalde, seis guerreros cristianos, seis musulmanes, tres pastoras y tres pastores, y el botarga, todos ellos niños de ocho a diez años, poco más o menos”. No es extraña la existencia de la botarga infantil, como lo demuestra que aún hoy pervive en Robledillo de Mohernando.
En El Escorial aún subsistía en 1893 la “tradicional costumbre de celebrar el día de Reyes, por la hermandad titulada de Dios, una fiesta en la cual se visten dos individuos de máscara para desempeñar los papeles de Botarga y Botarguilla, y recabar por medio de estos, que llevan una porra en la mano, fondos y comestibles para llevar a efecto la fiesta”. Se da la circunstancia de que los que representaban a estos personajes por aquel tiempo eran miembros de la familia de “los chatos”, autores de un horrible crimen que conmovió a la sociedad, ya que retuvieron durante cuarenta días y estrangularon al que la prensa bautizó como “el niño de El Escorial”. Y aquí se produce un sorprendente fenómeno de identificación de las personas con los personajes que encarnaban. Conocidos y probados los hechos, el que había sido juez municipal, José López, inició una recogida de firmas para que el año próximo “se vista nadie con el disfraz de Botarga y Botarguilla por recordar dichos trajes la época del martirio del niño Pedrín y por haber profanado así antiquísimos disfraces el Chato y Crisanto”. Desconozco si este trágico acontecimiento supuso el final de este tradicional festejo, pero lo cierto es que no he encontrado testimonios posteriores de su celebración.
Lo que sí que me consta es que en la actualidad, la botarga participa en el desfile de la fiesta de San Sebastián que se celebra en la vecina localidad de San Lorenzo de El Escorial. Si bien poco tiene que ver con las botargas tradicionales, ya que viste traje de arlequín y máscara veneciana.
La botarga suele acompañar a otras manifestaciones festivas como es la vaquilla. El 20 de enero, coincidiendo con la festividad de San Sebastián, en la villa serrana de Canencia sale la vaquilla, formada por una estructura de madera con cuernos, que es ricamente ataviada por las mujeres del pueblo. Es portada por el “Madronga” y es acompañada por “los botarga” que llevan cencerros sujetos a la cintura. Recorren las calles del pueblo, ofreciendo vino a los vecinos, símbolo de la sangre de la vaquilla para ahuyentar a los malos espíritus de los que la beban. Coincidiendo con el Carnaval todos los días por la tarde salen en Canencia los Morandangos, enmascarados y vestidos con ropas esperpénticas que persiguen a las personas para asustarlas.
También en Carnaval, en Puebla de la Sierra, celebran el “Día de la Botarga”, en el que se corre la vaquilla, acompañada de una o varias botargas, revestidas con pieles de cabra, con grandes cencerros a la cintura y la espalda y portando una cachiporra. El grupo persigue a los asistentes, entre bromas y risas. Al anochecer, la vaquilla muere por los disparos de los escopeteros y todos beben sangría, a modo de sangre de la vaca.
También en el ciclo festivo de invierno (enero y febrero) salen vaquillas en otras localidades serranas de Madrid: Navarredonda, San Mamés, Navalafuente, Braojos, Fresnedillas de la Oliva, Los Molinos, Pedrezuela, Colmenar Viejo, Miraflores de la Sierra, Valdemanco y Cadalso de los Vidrios. En estos casos, no reciben en nombre de botargas los personajes ataviados con ropas grotescas y con cencerros que acompañan a la vaquilla, sino “máscaros” en Braojos, “perreros” en Miraflores, “currumaches o gurrumaches” en Pedrezuela o “judíos” en Fresnedilla. Pese a ello, su simbolismo y significado se encuentra muy próximo, cuando no perfectamente identificable, con el de la botarga.
La única botarga directamente emparentada con las de Guadalajara y que aún persiste en la actualidad es la de Pezuela de las Torres, que formó parte de la Tierra de Alcalá hasta la consecución del título de villazgo en 1554, pero que siguió ligada hasta bien avanzado el siglo XVIII, formando parte del denominado Común de las Veinticinco Villas, heredero de la antigua Tierra. En el pasado, la víspera de la fiesta del Santísimo Cristo del Socorro (14 de septiembre), la botarga salía al encuentro de los músicos que venían en un carro de Sacedón, Pastrana o Yebra, pueblo del popular Bartolo, cargados de sus instrumentos musicales, para animar los cinco días de fiesta. Ya en la casa de la tía Marca, se cambiaban las vestimentas e iniciaban el recorrido por el pueblo con la botarga. En torno a ella, se agrupaban multitud de chavales, que la botarga se encargaba mantener a raya para que no le quitaran el melón que llevaba en el trasero. La botarga en algunos momentos se perdía por los atajos para pillar desprevenidos a los chicos. Como tantas otras, la fiesta dejó de celebrarse, hasta que en el año 1999 la Asociación Cultural “Las Torres” recuperó la tradición, saliendo al encuentro en aquella ocasión de la banda de música y del desaparecido grupo de Majorettes de la Peña El Quijote de Alcalá. En la actualidad la botarga va enmascarada y ataviada con un traje arlequinado, portando un palo con una cuerda del que cuelga un a modo de vejiga, con la que persigue y asusta a los más pequeños.
Y queda la gran pregunta que se estarán haciendo los lectores que hayan permanecido fieles hasta este punto: ¿hubo botarga en Alcalá? Los documentos nos confirman que, al menos en 1756, participó en el desfile del Corpus Christi, junto con las danzas y los seis gigantes y la gigantilla. Así queda registrado un pago de “doce rreales de un par de zapatos que de orden de los Cavalleros Capitulares se dieron al Botarga que asistió a la Danza en el dicho día de Corpus”. Aún hoy en Valverde de los Arroyos (Guadalajara) la botarga hace acto de presencia en la fiesta de la octava del Corpus, junto a los danzantes y el pitero o gaitero (dulzainero), actuando como guía de danza.
La botarga es una evidencia más de que lo que unió la geografía, la historia y la cultura, no lo podrán separar los intereses y las decisiones políticas.