Palabras y arrepentimientos | Por Carlos Cotón

El impacto de las palabras pronunciadas en el Palacio de Aiete de San Sebastián este lunes por Arnaldo Otegi ha conmocionado a la opinión pública. Unos las han celebrado con efusividad desmedida y otros las han rechazado con toda rotundidad. La novedad del discurso de Otegi radica en la mención a las «víctimas de la violencia de ETA» y en una escenificación de presunto arrepentimiento por parte de uno de los más relevantes dirigentes de la banda terrorista.

Los líderes de Bildu y Sortu en la declaración en el Palacio de Aiete de San Sebastián (Fuente: Javier Etxezarreta | EFE)
  • No voy a entrar a valorar si Otegi cree firmemente en sus palabras y si su presunto arrepentimiento es sincero o no.

 

  • Analista político  colaborador de ALCALÁ HOY

 

Sede de EH Bildu en Bilbao (Fuente: REUTERS).

La novedad del discurso de Otegi radica en la mención a las «víctimas de la violencia de ETA» y en una escenificación de presunto arrepentimiento por parte de uno de los más relevantes dirigentes de la banda terrorista. Y digo presunto arrepentimiento porque en una materia tan delicada y sensible como lo es hablar del terrorismo y de sus víctimas –las únicas que hay, que son las víctimas de ETA- no vale solo con quedarse en las palabras sino que lo más importante son los hechos.

No voy a entrar a valorar si Otegi cree firmemente en sus palabras y si su presunto arrepentimiento es sincero o no. Esa es una cuestión que no me interesa y, además, carezco de las habilidades necesarias para realizar un análisis de esas características. Lo que me interesa es tratar de explicar por qué yo no soy de esas personas que han recibido las palabras de Otegi con esa efusividad exacerbada a la que me referí al comienzo del artículo.

En primer lugar, en ese mismo discurso pronunciado por Otegi en el Palacio de Aiete –acompañado del líder de Sortu- el secretario general de EH Bildu sigue hablando de víctimas en un sentido general, como si hubiera más víctimas que los asesinados por ETA y sus familias.

En segundo lugar, porque siete horas después de su intervención en el Palacio de Aiete, Otegi pronunció unas palabras en un encuentro con adeptos a la izquierda abertzale en Eibar afirmando que le daba igual otorgar su voto favorable a los Presupuestos Generales del Estado si a cambio recibían ya no privilegios penitenciarios sino la inmediata puesta en libertad de los terroristas presos que todavía hoy lo están por su pertenencia y colaboración con ETA.

Con estos dos argumentos, uno tiende a pensar que el presunto arrepentimiento que la izquierda abertzale, a través de Otegi, traslada al conjunto de la sociedad no es tan sincero como pudiera parecer en un primer momento. Y que este acontecimiento no es sino uno más de una estrategia de blanqueamiento dividida y ejecutada en fascículos.

Manifestación de víctimas del terrorismo (Fuente: AGENCIAS).

Porque si no es así, ¿por qué estas palabras de Otegi se producen ahora y no antes, desde la derrota de la banda terrorista? ¿Qué ha cambiado en todos estos años? ¿Acaso no tiene nada que ver el hecho de que durante todo este tiempo se haya legitimado a los partidos de la izquierda abertzale como interlocutores válidos en la gestión y dirección del Estado?

Del mismo modo que sucede con el independentismo catalán, la izquierda abertzale es consciente de que sus objetivos reales, como la impunidad para los terroristas y la independencia de Euskadi, no los va a poder conseguir por sí sola y que para ello es necesario que se consume la rendición del Estado a través, precisamente, de que éste considere como legítimos los postulados de quienes quieren destruirlo.

Por eso existe la vergonzante ‘Mesa del Diálogo’ con el independentismo catalán y por eso el actual Gobierno de España tiene en EH Bildu a uno de sus socios parlamentarios preferentes. Porque los unos necesitan de los otros para seguir al frente de La Moncloa y porque los otros necesitan de los unos para la consecución de sus objetivos políticos.
Una debilidad del actual Gobierno de la que se aprovechan los partidos que quieren acabar con el proyecto común que es España y un Gobierno que se deja aprovechar por alargar unos meses más su estancia en La Moncloa en vez de intentar alcanzar acuerdos con partidos políticos que, aunque ideológicamente lejanos, tienen en común su creencia en la vigencia de la Constitución y, sobre todo, en los valores que esta propugna.

Y mientras se ensalza la figura de Otegi, más aún después de su intervención en el Palacio de Aiete, los homenajes en espacios públicos a terroristas cuando salen de prisión se siguen permitiendo, la impunidad y los beneficios penitenciarios para los terroristas presos se siguen exigiendo como moneda de cambio para pactos que salven legislaturas y los más de trescientos asesinatos cometidos por la banda terrorista ETA –y de los que la izquierda abertzale tiene datos e información privilegiada- siguen sin esclarecerse.

Por todo ello, yo no voy a celebrar las palabras de Otegi. Tampoco voy a agradecer que ETA ya no exista y, en consecuencia, ya no mate a los que no compartimos sus postulados ideológicos. Porque no hay nada que celebrar y no hay nada que agradecer, sino que todavía queda mucho trabajo por hacer para que en nuestra sociedad no quede ni un solo reducto de justificación de la violencia y para que a todos se nos considere igual de ciudadanos, con los mismos derechos y las mismas libertades, en cualquier parte de nuestro país que es el proyecto común de todos nosotros y lo que compartimos más allá de nuestras legítimas diferencias.

 

 

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