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Hasta los más acérrimos partidarios de Díaz Ayuso tienen que reconocer que su campaña ha estado plagada de simplezas comparables a la de González en 1982.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Imaginen un grandioso escenario de película, por ejemplo la Quinta Avenida de Nueva York, que por cierto es más estrecha de lo que parece en el cine. Hay cientos de miles de personas concentradas en las aceras, deseosas de no perder ningún detalle del desfile de la victoria que va a celebrarse después de una guerra larga y cruenta. Al frente de las tropas, bajo la lluvia de confettis y los vítores enfervorizados de la multitud, avanza muy lentamente el vehículo descubierto del militar que encarna la victoria, digamos el general Eisenhower. ¿No sentirían envidia por esos privilegiados que acompañan al general? ¿No darían cualquier cosa por hacerse un hueco en ese todoterreno tan reluciente?
Recuerdo muy bien el día en que el profesor de Teoría de la Comunicación nos explicó el llamado efecto del carro del vencedor en la comunicación de masas. Era la primera vez que oía tal expresión, que viene a subrayar, entre otras cosas, que tanto en la publicidad como en las campañas políticas es más importante llegar a los sentimientos que a la racionalidad de las personas. No siempre se consigue, pero cuando ocurre (recuerden, por ejemplo, la campaña del Cuponazo de la ONCE) se genera una ola de simpatía incontenible.
Muy poco después de aquella clase en la Facultad de Ciencias de la Información, tuvimos una demostración práctica de lo que había explicado el profesor. Durante la campaña electoral de 1982 le preguntaron a Felipe González en qué consistía el cambio. Y el líder socialista contestó con una simpleza de campeonato: el cambio consiste en que España funcione. España venía funcionando, como mínimo, desde la época de los Reyes Católicos, pero aquel joven de patillas impostadas y gran atractivo físico venía a descubrirnos el Mediterráneo. La ola arrasadora de simpatía a su favor ya se había puesto en marcha, las simplezas y las promesas imposibles de cumplir no podían contenerla ni moderarla. Y así se fraguó aquella victoria que no se ha vuelto a repetir en la España democrática.
Hasta los más acérrimos partidarios de Díaz Ayuso tienen que reconocer que su campaña ha estado plagada de simplezas comparables a la de González en 1982. Pero qué importa eso frente a la eficacia del “yo con Ayuso”, que iba directo al corazón de la ciudadanía. ¿Cuántos escaños del PP en estas elecciones se deben al efecto carro del vencedor? Yo me atrevo a decir que por lo menos una docena. ¿Cómo explicar, si no, que Díaz Ayuso haya concentrado en su persona todo el voto de Ciudadanos y una buena parte del voto del PSOE en 2019? Y también me atrevo a decir que si las cosas se le torciesen – porque la vida cambia, como decía una canción de Manolo Escobar – muchos de los que han acudido a su reclamo ni siquiera recordarán haberla votado.
Una simpleza mayor es creer que la gran victoria popular del día 4 es el comienzo del fin de Pedro Sánchez en La Moncloa. Por supuesto que lo ocurrido es un aviso para las dos fuerzas políticas que integran el gobierno de coalición, pero cabe recordar que no hace ni tres meses que el PP estuvo en un tris de convertirse en fuerza extraparlamentaria en Cataluña. Así que Casado y compañía harían bien en rebajar la euforia, porque España son 47 millones de habitantes sobre un territorio de más de medio millón de kilómetros cuadrados, mientras que Madrid son 7 millones sobre un territorio de menos de 9000 kilómetros cuadrados.
¿Será capaz Pablo Casado de generar en torno a sí una ola de fervor como la despertada por Díaz Ayuso? Es posible, pero yo lo veo más que dudoso; y su planteamiento político en la noche electoral es muy preocupante. El resultado de Madrid, dijo el Presidente del PP, demuestra que uniendo a todo el centro derecha y al constitucionalismo se puede derrotar a Sánchez. De lo cual cabe deducir que Casado excluye a los socialistas de las fuerzas que respaldan la Constitución del 78 e incluye a Vox y sus votantes entre los que sí la respaldan. Ojo al dato, como diría un recordado periodista deportivo.
Las elecciones del 4 de mayo han venido a confirmar algo de sobra sabido: que España presenta una pluralidad política casi inabarcable y que en Madrid hay una mayoría de ciudadanos que se identifican más con las políticas de la derecha que con las políticas de la izquierda. Por algo será que llevan instalados en el palacio de la Puerta del Sol desde hace un cuarto de siglo. De momento ha funcionado muy bien la idea de plantear estos comicios como una especie de referéndum contra Sánchez. Pero cabe preguntarse si en el futuro cercano todos los ciudadanos de la piel de toro sentirán la misma emoción que los madrileños ante los atascos a las tres de la madrugada, los ex que no te encuentras ni queriendo, las cañitas bien tiradas y las pulseras con una fecha por dentro y la palabra libertad.