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Con el paso de los años fue quedando claro que las cosas resultaban más fáciles en los libros y en los artículos de periódico que en la cruda realidad de los hechos.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Como siempre, se trataba de soñar y trabajar por un mundo un poco mejor, con menos injusticias, con menos explotación, con un reparto más igualitario de la riqueza. Y se fueron levantando grandes esperanzas. En 1970 Salvador Allende, al frente de una amplia coalición de fuerzas izquierdistas, había conseguido la Presidencia de Chile; en abril de 1974 aconteció la Revolución de los Claveles en nuestro vecino Portugal; en 1976 el Partido Comunista Italiano se había convertido en la primera fuerza política del país trasalpino; en 1981 Francois Miterrand, con el apoyo del Partido Comunista Francés y otras fuerzas de izquierda, se hizo con la Presidencia de la República Francesa; y en 1982 el Partido Socialista Obrero Español ganó arrolladoramente las terceras elecciones generales celebradas en España tras la muerte del general Franco.
Con el paso de los años fue quedando claro que las cosas resultaban más fáciles en los libros y en los artículos de periódico que en la cruda realidad de los hechos. Y se llegó a una conclusión yo creo que asumida consciente o inconscientemente por la inmensa mayoría de los votantes de izquierda: superar el capitalismo no es que fuera imposible, es que ni siquiera era conveniente. El capitalismo es la resultante de la libertad más la iniciativa privada en el campo económico. Sin libertad y sin iniciativa privada no hay creación de riqueza y si no hay riqueza mal podrá haber distribución de la misma. El comunismo estaba muerto y bien muerto, como triunfalmente escribía hace pocos días mi admirado Mario Vargas Llosa.
Pero seguimos en la brecha, como demuestra el palpable aumento de la pobreza por culpa de la pandemia; y sigue habiendo fuerzas políticas dispuestas a aprovechar las oportunidades que se presenten para seguir limándole las aristas más hirientes al capitalismo triunfante. En España se ha vuelto a hablar de bloques y política de bloques, con motivo del debate de los presupuestos para el año que viene. La gran piedra de escándalo ha sido la incorporación de los cinco diputados de Bildu a lo que se ha dado en llamar el Bloque de la Investidura. Durante años y años se le exigió al mundo abertzale la renuncia a la violencia para actuar exclusivamente por vías políticas. Y parece que eso es lo que vienen haciendo desde antes de la disolución de ETA. Habría que recordar también, ya que la memoria parece tan frágil, que el Gobierno encabezado por José María Aznar, con Jaime Mayor Oreja en Interior, llevó a cabo el mayor acercamiento de presos etarras a cárceles del País Vasco. Aznar estaba inmerso en un proceso de negociación con la banda terrorista y desde La Moncloa se emitían comunicados en los que se aseguraba que la democracia española sabría ser generosa si se producía el deseado abandono de las armas. ¡Y estaban muy recientes el secuestro de José Antonio Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco! Así que pongan ustedes mismos el calificativo que merece la reacción del Partido Popular al acuerdo con Bildu para un posible voto afirmativo a los presupuestos.
Hay un detalle que invita a la reflexión: el voto soberanista o secesionista, que durante décadas estuvo en manos de fuerzas de centro derecha (CIU y PNV), ha virado hacia posiciones más izquierdistas. Y posiblemente sobre ese cambio ha edificado Pablo Iglesias su idea de que se puede pactar una alianza de izquierdas (PSOE, Podemos y nacionalistas) que deje a la derecha fuera del poder durante varios lustros. Más o menos lo que consiguió el PSOE en solitario durante los años ochenta y noventa.
Hacia dónde iría ese bloque que apadrina Iglesias? Desde luego no hacia Venezuela, pese a tanta camisa rasgada por nuestros políticos de la derecha. Y menos aún hacia el socialismo o el comunismo, tal como lo entendían los soviéticos. España seguirá siendo un país capitalista aunque se recupere el Impuesto de Sucesiones, se suba el IRPF a los más pudientes, se controlen los alquileres, se le quiten algunos privilegios a la escuela concertada, se implanten algunos impuestos medioambientales y se mantengan ayudas como el ingreso mínimo vital.
Por otra parte no hay alianza posible, en ninguna dirección, si no cuenta con la mayoría necesaria en el Parlamento. Así que será el voto popular quien dicte sentencia, como la dictó en el pasado contra todos los jefes de Gobierno que ha tenido la democracia española. Y en todo caso, el bloque de la investidura tendrá un carácter conservador, en el sentido de conservar o mantener los avances de justicia social que hemos dado en llamar estado del bienestar. El problema para la izquierda es que ese bienestar se sustenta hoy sobre una enorme e inestable montaña de deuda. Si no encuentra bases más sólidas puede que el proyecto no aguante ni una legislatura.
El comunismo posibilista, aquél que fue capaz de participar de forma eficaz y sensata en los pactos de la Transición, hace mucho que dejó de existir. Quienes ocuparon su hueco, herederos no de éste sino de la extrema izquierda extraparlamentaria de la época, siguen reproduciendo los errores de ésta sin que parezcan haberse apercibido de que sus utopías de entonces siguen siéndolo todavía más hoy, sin que por ello renuncien a sus rancias y huecas consignas. Y no es que no haga falta una izquierda de verdad, posiblemente lo hace más que nunca, pero es una responsabilidad que les viene muy, pero que muy grande por mucho que se empeñen en seguir con sus postureos políticos.
En cuanto a los nacionalismos “de izquierda”, permítame que discrepe. La izquierda -la de verdad- y los nacionalismos son ideológicamente incompatibles, puesto que una busca la solidaridad y los otros la discriminación y la separación en base a criterios puramente accidentales como son el lugar de nacimiento. Lo único que tienen en común la extrema izquierda y los nacionalismos es su talante totalitario y excluyente hacia quienes no comulguen con sus respectivas ideologías, por lo que una de dos: o se trata de una alianza contranatura, o en realidad ni la extrema izquierda ni estos nacionalismos presuntamente de izquierdas lo son verdaderamente, utilizándola como mero camuflaje.
En cualquier caso no me fío ni de los unos ni de los otros, ya que históricamente destruir se les ha dado mucho mejor que construir.
Totalmente de acuerdo. ¿Cómo se sigue tu página personal?
Entre los años 1947 al 1991, se produjo un enfrentamiento político, económico, social, militar e informativo, entre el bloque Occidental capitalista, liderado por los Estados Unidos, y el bloque del Este comunista, liderado por la Unión Soviética, que se llamó Guerra Fría. Que el bloque Occidental capitalista ha ganado esa “guerra” es una realidad asumida e incontrovertible. En mi opinión, es igualmente cierto que ambos bloques están perdiendo la paz. El caso de Polonia y Hungría es paradigmático y en el otro bloque el fracaso de la globalización como experimento del postcapitalismo es palpable.
En efecto la implicación de Wall Street y del sector financiero global en la crisis económica que arrastramos desde 2008 no ayuda a que la opinión de la sociedad acerca de sus prácticas y mecanismos sea especialmente favorable. Es más, se les acusa de ser los máximos responsables de la hecatombe, y son muchos los ciudadanos que reclaman un cambio sustancial de modelo.
No obstante, tal como argumenta el reconocido economista Robert J. Shiller en su ensayo, “Las finanzas en una sociedad justa: Dejemos de condenar el sistema financiero y, por el bien común, recuperémoslo”, publicado en España por el Grupo Planeta, el 4 de septiembre de 2012, el sector financiero juega un papel básico, capital e insustituible en nuestro modelo económico y lo que debe hacerse, en lugar de intentar eliminarlo o minimizarlo, es darle nuevas alas para que, con todos los controles necesarios, vuelva a ocupar el lugar que le corresponde y ayude al bien común.