- El sueño de Abel, que a las puertas de la pandemia cayó en el hoyo del paro y se estrenó como sin techo, es incorporarse el día 1 a su nuevo empleo.
Así comienza el relato de Luis Vega, publicado en el Diario EL PAÍS el pasado 22 de noviembre, sobre la historia de Abel, que el 3 de febrero fue despedido de su empresa en Getafe. No sabía que esa era la fecha en la que su vida se iba a resetear.
Las consecuencias de la covid-19 han escupido a la calle un nuevo perfil de vulnerable. Abel, un especialista en climatización de 43 años, nunca antes había caído en el hoyo. Sabe que puede rodar más abajo todavía. Por eso combate a diario para sanar su vida gangrenada y que no acabe en una amputación sin marcha atrás. Los pateos cotidianos tienen un objetivo: volver a trabajar. “Si paro pienso. No quiero pensar”.
Hasta entonces, desde los 16 años, cuenta que ha trabajado de forma casi ininterrumpida. “Nunca me había faltado más allá de una semana o diez días”. Como muchos otros, vivía al día y no contaba con apenas margen de maniobra. Ya esas primeras semanas se vio sin casa. “Pasé hambre incluso”. Fueron el prólogo de lo que se le venía encima, el terremoto sanitario, social y económico del coronavirus. Bofetada de realidad: fin de los escasos ahorros, comedor benéfico para llenar el estómago y un hostal para personas sin hogar durante el confinamiento facilitado por los Servicios Sociales de Alcalá de Henares.
Ahí estuvo hasta el 10 de julio. Vuelta al raso. Acabó compartiendo el sinsabor de la calle con perros viejos del asunto. “Un buen día se fueron sin decir adiós. Menos mal”. Abel no echa de menos a ese compañero que “había pasado quince años en prisión por dar el palo a una tienda de pieles” y a su pareja, a la que describe como una mentirosa compulsiva.
“Yo dormía con los ojos abiertos”. Su relato es el de alguien que a toda costa trata de no encadenarse a una existencia animalizada sin luz al final del túnel. No quiere verse rodeado de los que, sin otra opción, se limitan a sobrevivir aferrados a las ayudas del sistema o de la caridad. “Nunca he puesto la mano para pedir”. Huye también de los que no quieren o no disponen ya de fuerzas para seguir adelante. Por eso un día de agosto cogió una de las dos tiendas de campaña que dejó abandonadas el ex presidiario, la más pequeña, y se alejó hacia la soledad del Henares. “Estoy en la calle pero no soy de la calle. Estoy por cojones”.
Una vez aterrizada la noche, la luz de una linterna hace de guía a través del descampado donde los alcalaínos pasean de día a sus perros. La niebla se hace más espesa al llegar a la arboleda que rodea el margen del río. Miles de hojas mojadas tapizan el terreno sobre el que se levanta medio camuflado entre el follaje el pequeño iglú de lona azul. Una silla de playa plegada junto a uno de los troncos es el único mobiliario. Dentro, dos sacos de dormir, una manta y la mochila. Todo el vestuario lo conforman dos pantalones de chándal, tres camisetas y una muda. Los calcetines que lleva son de los invisibles, por eso va con los tobillos al fresco. Cuando lava los únicos calzoncillos que tiene van sin ellos hasta que se secan. Una guita de árbol a árbol hace de tendedero.
Las apariencias son una de sus prioridades. Sabe bien que engañan. No quiere que nadie detecte a este nuevo Abel. Lucir la careta de la normalidad, esa que evita el rechazo y abre las puertas a la normalización, lleva su tiempo cuando apenas se dispone de medios. “Ahora llevo dos semanas sin ducharme y he llegado a estar hasta tres. En verano es mortal”. Cuesta creerlo pues no hay rastro de desaliño, de falta de higiene o de mal olor.
El tapón burocrático lo tiene todavía sin cobrar la prestación de desempleo. Tan solo le llegó un mes, 402 euros, de los seis que asegura le correspondían. Se ha cansado de llamar a la puerta de la administración. Ahora prefiere llamar a la puerta de las empresas. Hace kilómetros y kilómetros presentando su currículum.
Gracias al móvil accede a portales de empleo como Infojobs o consulta las ofertas de Adecco. También se dirige a grandes empresas como Inditex o Decathlon a través del correo electrónico. No lo ha logrado con Amazon. Abel describe un mercado laboral saturado de mano de obra.
A mediodía la parada para el almuerzo es en la Casa de Acogida Virgen de las Angustias. Allí coincide con algunos a los que no quiere parecerse porque viven sumidos en una espiral de exigencias: “¿Otra vez macarrones como hace dos días?”. Abel lo tiene claro, lo primero es agradecer a los que le están ayudando. “Para mí hoy todo es comida”.
Las tardes le sirven para acudir a un McDonalds donde recarga su teléfono y una batería externa. Es una herramienta importante para mantenerse en contacto con su entorno familiar en Cataluña y que apenas conoce su batacazo. Su ex mujer, con la que estuvo casado ocho años, y su hermano están al tanto. Su hijo de 15 años, su madre, su tía y su abuela viven engañados detrás de las frecuentes llamadas desde Madrid. No quiere suponer un lastre para ellos ni hacerles sentir que es un fracasado. Solo una amiga, en cuya casa se ducha de vez en cuando, ha visitado la tienda de campaña. “Ella no me ha fallado”, reconoce, aunque su discurso está en todo momento libre de culpables y de lamentos.
Esta semana arrancó sin embargo con un sobresalto positivo. El lunes escapó satisfecho de su primera entrevista cara a cara con una gran empresa de servicios y mantenimiento. Ese esperanzador “vuelva el miércoles” lo tuvo más en vilo de lo habitual noche del martes. Por la tarde se había afeitado una vez más en el baño del centro comercial como ritual preparatorio. Muy de madrugada se escurrió fuera de la tienda carcomido por los nervios y, todavía de noche, se dirigió a la capital con una tarjeta para transporte público facilitada por Cruz Roja. Esa segunda cita confirmó sus mejores expectativas. El 1 de diciembre vuelve a trabajar. Y, demás, de lo suyo. “Esta noche he dormido del tirón. Había días que pensaba que no iba a salir nunca de aquí. Ahora todavía no me lo creo, hasta que no me vea equipado, con el uniforme y en la furgoneta”.
Este mismo jueves le han facilitado con cargo al programa algo de dinero para ropa y calzado. Ya le preparan también el abono transporte para cuando se incorpore el día 1.
El sueño de Abel es hoy una habitación de 300 euros al mes en un piso compartido del casco viejo de Alcalá de Henares. Eso y un viaje a Cataluña para sentir de cerca el calor de esos a los que oculta su bajada a los infiernos del sinhogarismo. Su hijo, su madre, su tía o su abuela “ya muy mayor”. Suficiente para que la tienda de campaña junto al meandro del Henares, el baño del centro comercial y el enchufe del McDonalds se conviertan en una tragedia pandémica del pasado.
ya no me creo nada de nada cuando la pandemia y ahora si echabas para un hospital te copian como churro faltaban gente pero claro nadie lo quería en cuanto ademas que formación tiene segura que ninguna porque claro estudiar cuesta pero a que para tabaco y bebida si tiene se vive mejor pidiendo y dando lastima ademas si es de getafe que hace en alcala
En serio? De verdad piensas antes de hablar o solo abre la boca para que salga mierda? Seguro que eres de los que le aplicaría la ley de vagos y maleantes a todos los que viven en la calle. Una pregunta, tu eres así de tonto toda la semana o descansas algún día?
Ojalá no te veas ni tú ni los tuyos nunca en la misma situación y te hagan comentarios como el tuyo, entonces sabrás lo que se siente. Venga subcampeón haztelo mirar que lo tuyo no es normal.
Debería haber venido en patera, estaría ahora mismo en un hotel de Canarias
Para mi esta persona es una prueba de superación en esas condiciones me alegro mucho por el enhorabuena si seńor.
Estos políticuchos y sus amigos los ecologistos traidores, daccion en pago ya, geoingenieria fuera ya, vuestro covid 19 fuera ya, vuestra inteligencia artificial fuera ya del mundo laboral 😈😈😈✈️✈️✈️🌩️🌩️🌩️☠️☠️☠️
Me da vergüenza ver comentarios como el del tal Tomás, tu eres parte de esa escoria que sufre esta sociedad sin valores riéndose de una persona que por desgracia se encuentra en una situación que nadie querría aprende a respetar y empezarás a ser persona bájate de tu pedestal y serás persona y no una masa de carne con ojos