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Hace algunas semanas, con ocasión de la temida vuelta al cole, se hizo muy popular en las redes sociales el vídeo de una niña haciendo un derroche de sentido común.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Esto de llevar la mascarilla todo el tiempo – decía la colegiala – es muy incómodo, pero peor es morirse. Tal vez tendríamos que imitarla cuando miramos el paisaje político desolador que hoy día ofrece nuestro país. Podríamos pensar, por ejemplo, que lo que vemos y oímos es horrible, pero igual de horrible o más es lo que viene pasando en otras partes del mundo. Quizá esto no sea otra cosa que aplicar el viejo refrán: mal de muchos, consuelo de tontos. Pero lo cierto es que nuestro Parlamento y nuestra vida política en general no son una excepción en el mundo y no somos ni peores ni tan diferentes. Algo es algo.
La pandemia, y la forma de hacerle frente, han alterado el ánimo de la ciudadanía y han exacerbado la tendencia al sectarismo más descarnado que muestran nuestros representantes políticos. El episodio más controvertido ha sido el estado de alarma decretado en Madrid para ordenar el cierre de la capital y otros municipios de la región.
El Gobierno autonómico, con la señora Ayuso al frente, puso pié en pared contra la decisión del Ejecutivo central para pedir a continuación a los ciudadanos madrileños que se quedaran en sus casas. ¿No es esto una contradicción insuperable? ¿No es un galimatías inextricable la propuesta de confinar decenas y decenas de áreas sanitarias como alternativa al cierre perimetral de los municipios? Porque al fin y al cabo los ciudadanos conocemos más o menos los límites de nuestro término municipal, pero difícilmente sabemos qué calle o qué acera pertenece a esta o a aquella área sanitaria.
Fuera de la lucha contra el coronavirus, el último motivo para el desasosiego o la indignación, según desde qué perspectiva se observe, es la maniobra emprendida por el Partido Socialista y Podemos para tratar de sortear el veto impuesto por el Partido Popular a la obligada renovación del Consejo General del Poder Judicial. El caso es que en el verano parecía haber un principio de acuerdo entre los dos principales partidos del país, pero todo se fue al garete. Muy posiblemente porque dentro del PP se impusieron los partidarios de no dar respiro alguno al Ejecutivo presidido por Sánchez.
La negativa del PP a negociar y aprobar la renovación del Consejo del CGPJ es inaceptable, pero el atajo emprendido por PSOE y Podemos se salta demasiadas líneas rojas, es deplorable políticamente, muy torpe jurídicamente y, en caso de salir adelante, tiene todas las probabilidades de ser anulado por el Tribunal Constitucional. A mi juicio, sería preferible que siga en funciones sine die el actual Consejo y que los ciudadanos juzguen el comportamiento de cada uno donde únicamente pueden hacerlo: en las urnas.
Hubo un tiempo en el que José María Aznar, como líder indiscutido de la derecha española, parecía muy empeñado en recuperar la figura de Manuel Azaña como referente de moderación y buen sentido en la difícil tarea de manejar la cosa pública. Han pasado muchos años, pero creo que a Pablo Casado no le vendría mal echar un vistazo al comportamiento de Aznar durante su primer mandato, cuando no tenía mayoría absoluta en el Congreso. Del mismo modo que a Sánchez no le vendría mal dejarse aconsejar por González, y conste que yo nunca fui un devoto admirador de González.
Está claro que los discursos, los gestos, los insultos y descalificaciones, configuran un panorama inquietante, frente al que se tiene la impresión de que nos deslizamos hacia uno de esos episodios terribles de nuestra historia en los que cualquier entendimiento parece imposible. Los ciudadanos haríamos bien en no dejarnos arrastrar hacia ese estado de crispación en el que al adversario se le toma por el enemigo. Porque la política tiene bastante de representación teatral en la que uno tiene que elevar mucho el tono de voz si quiere que le oigan.
Nota.- Al terminar estas líneas, llega desde Oviedo el llamamiento del Jefe del Estado a la concordia; y desde Bruselas la oferta de Sánchez para retomar de inmediato las negociaciones sobre el CGPJ. Ojalá no caigan en saco roto.