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En esto de los ajustes de cuentas, me parece que a los españoles nos iría un poco mejor si fuéramos menos goyescos y más machadianos.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Por exigencias constitucionales, el mes de septiembre marca también el inicio del tiempo en que hay que ajustar las cuentas públicas, cumpliendo con los debidos tiempo y forma el rito de llevar al Parlamento el proyecto de presupuestos. Pero desde que el virus de la COVID apareció en nuestras vidas todo anda manga por hombro, y el Ejecutivo de coalición ni siquiera ha sido capaz hasta la fecha de proponer un techo de gasto para 2021. Tiempo han tenido más que sobrado, pues hace ya más de dos años desde que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa, y seguimos trampeando mal que bien con las cuentas que “ajustó” en el otoño de 2017 ese tertuliano feliz que es hoy don Cristóbal Montoro.
En este mes de septiembre íbamos a tener también, en un sentido más figurado, otros ajustes de cuentas. El más espectacular de todos, el que anunció Santiago Abascal. Nominalmente contra Pedro Sánchez, pero en realidad contra lo que él ha dado en llamar la “derechita cobarde”. José María Aznar se sintió muy indignado cuando escuchó esta despectiva apelación y se le oyó decir muy campanudamente en algún mitin que “a mí nadie me llama a la cara derechita cobarde, porque no me aguanta la mirada”.
Es conocido el carácter adusto, y quizás también un poco agrio y autoritario, de Aznar. Pero, inspirándonos en una de las memorables frases que soltaba Al Pacino metido en la piel de Michael Corleone, podríamos decir que si hemos aprendido algo, si la historia nos ha enseñado algo, es que se le puede aguantar la mirada (y también corromper) a cualquiera. Así que la alta probabilidad de cosechar un fracaso aún más sonoro que el de Hernández Mancha en 1987 no creo que haga temblar las piernas de un hombre aguerrido que afirma sin rubor que el actual gobierno es el peor que ha tenido España en los últimos 800 años. Según él, los siguientes en esta clasificación nefasta son los gobiernos encabezados por Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero. De todos es sabido que la primera y principal condición para llegar muy lejos es no tener miedo a hacer el ridículo.
Esta ausencia de temor es la que deja traslucir Pablo Iglesias en sus contorsiones y equilibrismos para cohonestar su condición de Vicepresidente del Gobierno con la de líder único e indiscutido del partido que otrora quería asaltar los cielos y romper el candado del 78. De las últimas declaraciones de Iglesias llama la atención su insistencia en ajustarle las cuentas a la Monarquía y a los que él llama “los ricos”. Ni uno solo de los problemas que hoy afligen a la sociedad española estaría mejor al día siguiente de proclamarse la III República. Y algunos estarían muy probablemente peor. Pero Iglesias, al que cabe suponer una inteligencia muy superior a la media, asegura que es tarea fundamental de los militantes de Podemos el avance hacia el horizonte republicano, olvidándose de que algunas de las mejores democracias del mundo son precisamente monarquías. Y en cuanto a los ricos, los que de verdad lo son resultan de lo más escurridizo frente a la mirada vigilante de la hacienda pública. De modo que estas obsesiones de Iglesias con la Monarquía y las subidas fiscales a los ricos hay que entenderlas como producto de la necesidad que tiene de marcar un territorio político propio para no ser fagocitado por su socio de gobierno.
En esto de los ajustes de cuentas, me parece que a los españoles nos iría un poco mejor si fuéramos menos goyescos y más machadianos. O sea, que deberíamos vivir en paz con los hombres y reservar las querellas para nosotros mismos. Una tarea que los creyentes llaman examen de conciencia y en la que a mí me resulta muy inspirador Mario Vargas Llosa, con su brillante e indeclinable defensa de las ideas liberales. Pero no llega a convencerme del todo, y él mismo decía no hace mucho que no puede existir la ansiada igualdad de oportunidades sin una educación pública gratuita y de calidad. ¿Quiénes han enarbolado esa bandera, junto a otras que no hace falta mencionar, a lo largo de los dos últimos siglos?