- Dicen las encuestas que el apoyo a la monarquía se desploma. Qué distintos estos momentos a los de mi niñez, cuando contaba de un apoyo tan mayoritario.
- David Cobo García – Portavoz IU Alcalá de Henares y concejal de Unidas Podemos IU en el Ayuntamiento
Deslizábamos los bolígrafos y lápices de colores sobre los folios. Los alumnos de EGB del colegio público Francisco de Quevedo de Alcalá de Henares nos afanábamos por hacer el dibujo y redacción merecedora de ganar el concurso ‘¿Qué es un rey para ti?’. Era la segunda mitad de los años 80 y participábamos en una de las primeras ediciones de este concurso que sigue organizándose anualmente por la Fundación Institucional Española (FIES) y cuyo principal premio sigue consistiendo en el gran honor de ser recibido en audiencia por su majestad.
En el aula, cuando flaqueaba la inspiración creadora, los niños levantábamos nuestras infantiles miradas para posarlas sobre la enmarcada fotografía de Don Juan Carlos I y Doña Sofía, colgada encima de la pizarra verde. ¿Qué era un rey para los niños en los años 80? La familia real presidía nuestras aulas, entregaba el Premio Cervantes, daba el discurso de Navidad, sabíamos de sus vacaciones familiares y hazañas deportivas, cerraba la diaria emisión televisiva con imágenes idílicas al son del himno antes de que en las pantallas se fijase la carta de ajuste y, sobre todo, habíamos oído que el solo había parado un intento de golpe de Estado.
Por todo ello, ¿qué íbamos a pensar sino que el Rey era una figura paternal y ejemplar que personificaba los mejores valores humanos? Las dosis de culto a la personalidad del Rey y su familia que hemos recibido desde la niñez han sido incesantes y bien calculadas.
Ya no somos niños y muchos ya no creemos en cuentos de hadas, reyes ni princesas. No es ni fue ejemplar aquel rey que criado a los pechos del franquismo juró los principios del Movimiento Nacional. No fue modelo de honestidad ni con su familia ni con sus negocios auspiciados por su condición de Jefe de Estado. Y, por supuesto, hay publicaciones que atestiguan que su actuación en el intento de Golpe de Estado del 23F no fue en absoluta modélica, ni era ajeno a aquella maniobra que se desarrolló de un modo distinto al planeado.
Tras la huida de Juan Carlos I la monarquía se encuentra en un momento de debilidad, ni los más monárquicos del lugar encuentran argumentos de calado para defender al monarca ni a la institución que representa. Resulta pues curioso que Pedro Sánchez, desde la Presidencia del Gobierno, se haya convertido en su más serio defensor.
Sostiene Pedro Sánchez que se juzga a las personas y no a las instituciones, por lo que la monarquía en sí misma debe salir indemne de las tropelías del emérito campechano, como antes se puso de perfil ante otros escándalos protagonizados por yernos o infantas. Borbón y cuenta nueva parece ser la opción que plantean los monárquicos con el presidente del Gobierno a la cabeza, partiendo de la base que la Jefatura del Estado debe seguir recayendo en la familia Borbón de forma perpetua, hereditaria y gozando de la inviolabilidad y opacidad que la caracteriza. No ha entendido o no quiere entender Pedro Sánchez que la monarquía misma, la institución en sí, es sinónimo de desigualdad e impunidad.
A todos cuando fuimos niños nos educaron para abrir ojos y boca ante el brillo de la corona, pero nos enseñaron más cosas. Sabemos que igualdad e impunidad son conceptos enfrentados. Que la igualdad de derechos, oportunidades y obligaciones son tesis superadoras del privilegio de haber nacido en buena cuna. No hemos podido votar jamás la Jefatura del Estado y esta contradicción engalanada en el empaque de palacios, yates, servidumbres, libros prohibidos, publicaciones secuestradas y cantantes enjuiciados por faltar al honor del monarca generan la ciénaga perfecta para otorgarle a la noción democracia la credibilidad de un mal chiste.
Al igual que la humedad y la falta de luz generan moho, el poder incuestionable y la opacidad son caldo de cultivo de la corrupción. Las corruptelas de Juan Carlos I no son el problema, son la consecuencia de la monarquía. Se equivoca Pedro Sánchez, la monarquía es el problema.
No anhelo la República porque sea perfecta, sino porque es democrática. Una buena alternativa sobre la que cimentar una sociedad justa donde se defienda el bien común y los derechos sociales amparados por los servicios públicos. Una sociedad donde nadie se autocensure a la hora de denunciar la corrupción o la evidencia de un rey desnudo.
Lo mismo que significa para mi el Sánchez falconetti.