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Todos somos hijos de un mismo Dios, dicen a veces los creyentes, queriendo indicar con ello que todos somos iguales en dignidad y en derechos.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Los lectores más jóvenes de ALCALÁ HOY no recordarán una muy añeja serie televisiva que llevaba el mismo título que encabeza estas líneas. Contaba la historia de dos hermanos cuyas trayectorias vitales no podían ser más diferentes, pese a ser hijos del mismo padre y la misma madre: mientras uno iba ascendiendo hacia los cielos de la riqueza y el relumbrón social y político, el otro, que no tenía peores cualidades morales que su hermano, sufría un descenso a los infiernos de la pobreza y la delincuencia.
Todos somos hijos de un mismo Dios, dicen a veces los creyentes, queriendo indicar con ello que todos somos iguales en dignidad y en derechos. Pero la única igualdad realmente existente es aquella que nos ofrece tan calladamente la muerte, según nos enseñó Jorge Manrique con sus bellas y sentidas coplas.
En los días finales del confinamiento supimos, gracias a las estadísticas rigurosas que lleva la Agencia Tributaria, que el número de contribuyentes que declaran en el IRPF más de 600.000 euros aumentó en casi un 20% en un solo ejercicio, el de 2014. Es seguro que esa tendencia ha continuado, al menos con la misma intensidad, en los ejercicios siguientes, porque poco después supimos que el número de grandes fortunas españolas había crecido un 5% en 2019, hasta alcanzar las 235000. En este exclusivo club de los ricos o muy ricos hay también enormes diferencias: ahí está para demostrarlo el imperio inmobiliario que viene construyendo Amancio Ortega, al que los expertos atribuyen un valor actual de más de 15000 millones de euros. Cifra que no debe sorprendernos, puesto que cada vez que Inditex reparte dividendos Ortega se embolsa cerca de 1000 millones.
Lo que no hemos podido saber hasta la fecha es cuántos de estos millonarios españoles estarían dispuestos a firmar la carta que un nutrido grupo de multimillonarios de todo el mundo (principalmente de los Estados Unidos) han dirigido a sus gobiernos pidiendo “una sustancial y permanente subida de impuestos sobre las grandes fortunas” a fin de combatir los terribles efectos socioeconómicos que está causando la COVID-19. Aquí en España, las peticiones han ido más bien en sentido contrario: lo peor que podría hacer el Gobierno en estos momentos es subir los impuestos, han dicho los representantes más autorizados del mundo del dinero.
Una de las cosas que más me fascinaban en la infancia eran los camiones. Me quedaba embelesado oyéndolos rugir en la lejanía y viendo cómo llegaban y se alejaban a toda velocidad. ¿Por qué no nos compramos un camión?, solía preguntar a mi padre. Y siempre obtenía la misma respuesta: porque somos pobres. Como diría Ignacio Aldecoa, las décadas pasan pero no conseguimos salir de pobres. Lo que sí ha cambiado, quizá, es que ahora hay menos resignación frente a la pobreza. La gente exige su ración de dicha y la consecuencia es que el Estado se endeuda más y más mientras crece sin parar la riqueza que se acumula en manos privadas. El ingreso mínimo vital no es otra cosa que esa pequeñísima porción de dicha que el Estado trata de ofrecer a quienes habitan en los últimos peldaños de la escala social. Y seguramente se financiará con más deuda, dada la contumaz resistencia a subir, y también a pagar a carta cabal, los impuestos que ya existen.
El holandés Mark Rutte, esclarecido representante de los europeos más ricos, le dio un descarnado consejo a nuestro Presidente del Gobierno: busquen una solución dentro de su propio país. Y tengo que reconocer que en cierto modo estoy de acuerdo con él. Porque un país cuyas familias tienen acumulada una riqueza equivalente a siete veces el PIB anual no tendría por qué recurrir ni al fondo de reconstrucción europeo ni a eso que llaman los eurobonos. Pero el esfuerzo, la aportación solidaria para salir del atolladero, tendría que ser cosa de todos, no sólo de los ricos o los medianos. Con razón solían decir los mayores en la aldea remota: pueden más muchos pocos que pocos muchos. El pago de impuestos, qué gran piedra de toque para medir el patriotismo constitucional y ciudadano