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En general se sabía, o se podía intuir, que Errejón no se limitaría a la política madrileña, por mucho que dijera o prometiera que su horizonte no iba más allá de la Asamblea de Entrevías.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
No vale la pena insistir en el papel preponderante que los líderes y los liderazgos han tenido siempre en el curso de la actividad política. Pero en la España posterior al bipartidismo los tintes personalistas han llegado a extremos cuando menos chocantes para los que hemos conocido otros tiempos. Proyectos de elaboración y dirección colectivas casi no quedan; los hiperliderazgos, por llamarlos de alguna manera, son la norma; y los líderes buscan la relación directa con las bases, favorecidos por la democracia asamblearia en las llamadas redes sociales de Internet.
El último en sumarse a esto que podríamos llamar “el mercado de los líderes” ha sido Íñigo Errejón, impulsado por el apoyo entusiasta que le han prestado las bases de Más Madrid y la cobertura generosa de muchos medios de comunicación. Poco ha faltado para que algunos de estos medios le compraran al antiguo número dos de Podemos el relato de que él es la gran esperanza blanca para un Gobierno de izquierdas en España. Una esperanza que el propio Errejón se ha encargado de desguazar nada más saltar a la arena: “la abstención del PP y de Ciudadanos es incompatible con nosotros”, ha dicho para tratar de marcar su territorio. Muy bien, querido Iñigo, ¿y qué harás si la aritmética parlamentaria no da para otra cosa? ¿Serás una cara más en esta rígida pluralidad bloqueada en que estamos atascados?
En general se sabía, o se podía intuir, que Errejón no se limitaría a la política madrileña, por mucho que dijera o prometiera que su horizonte no iba más allá de la Asamblea de Entrevías. Lo que pasa es que la ocasión propicia se le ha presentado mucho antes de lo que él esperaba y en esto ha demostrado ser más listo que Iglesias: la ha cogido al vuelo. Y va a seguir devolviéndole a su antiguo jefe y amigo, posiblemente ampliados, todos los golpes y derrotas internas que le propinó el autoritario Iglesias.
Creo, pues, que en un contexto de personalismos crecientes, la operación de Errejón, recibida casi con alborozo en La Moncloa, puede ser entendida, en gran parte, como una venganza contra Pablo Iglesias. El líder de Unidas Podemos ha ejercido el poder de un modo asfixiante para la crítica interna, no ha favorecido los consensos, quienes podían hacerle sombra en algún sentido han sido lanzados a las tinieblas exteriores, y ahora va a quedar en una posición poco menos que desesperada si el 10 de noviembre no consigue un grupo parlamentario con al menos 25 diputados. Podríamos ver quizá cómo se cumple la profecía que pronunciaba hace unos meses la compañera de Iglesias: una mujer al frente de Unidas Podemos.
De momento, Errejón, a través de su plataforma Más País, le está quitando a Unidas Podemos algunos o muchos de sus aliados, como Compromís en Valencia; la Chunta en Aragón; y los ecologistas de Equo. Y el mismo camino han seguido o podrían seguir algunas direcciones regionales o provinciales de Podemos. Demasiados incendios para el hombre providencial que se disponía a asaltar los cielos para expulsar de ellos a los poderosos y abrir de par en par las puertas a la gente. Pero la pregunta relevante es si la irrupción de Errejón servirá, como él y sus seguidores proclaman, para evitar la temida abstención de los electores de izquierda y facilitar un gobierno progresista.
Muchos electores desencantados y cabreados, en efecto, con la catastrófica gestión de Sánchez e Iglesias podrían ver en Más País un posible refugio. Pero muchos otros podrían pensar que si el acuerdo a dos no fue posible, más difícil será el acuerdo a tres. Y más aún si tomamos en consideración las numerosas cuentas pendientes que están poniéndose sobre la mesa. Está claro que Más País le va a arrebatar muchos electores a Unidas Podemos y puede que también alguno al Partido Socialista. Y está claro también, en mi opinión, que el porcentaje de votos en la España de los bloques ( ya que no del bipartidismo) va a estar una vez más en el empate técnico: del 43 al 45% para el centroderecha más la extrema derecha y otro tanto para la izquierda.
Habrá recomposición dentro de cada bloque (subida del PSOE y del PP, bajada de Ciudadanos, desplome a la mitad de Podemos, estreno de Más País con diez o doce diputados, etc.) pero muy bien podría ocurrir que la diferencia entre ambos bloques, que era de 17 diputados después del 28 de abril se estreche un poco más. Y todo esto nos lleva al punto de partida: ¿aprenderán nuestros líderes en qué consiste un régimen parlamentario? ¿Tendrán la flexibilidad necesaria para alcanzar acuerdos que garanticen una mayoría estable? ¿O seguiremos diciéndoles a los ciudadanos que una vez más han elegido la papeleta equivocada y hay que volver a las urnas?