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Así vamos tirando y entreteniéndonos con más y más elecciones. ¿Quién ha dicho que no puede ser un buen programa para esta sociedad póstuma?.
La dificultad que para formar gobiernos mínimamente estables que obliga a repetir elecciones, que hay establecida en España desde 2015, es sistemáticamente advertida como un desastre por los medios de cualquier nómina política, así como por los mismos dirigentes de los partidos, “viejos” y “nuevos”. Haciendo respectivamente responsable de esa dificultad cada uno a los otros, se aduce, además, el peligro de desafección que esta situación va a provocar entre los ciudadanos, que pueden acabar decidiendo dejar de votar.
Pero esa advertencia no es más que un recurso del suave discurso intrascendente de lo que es políticamente correcto. Tal discurso lo domina hoy día todo porque, no pudiendo afrontar el fondo de las cosas, nos emborrachamos con los sahumerios de la liturgia de la descalificación y la exageración de las conquistas emocionales, felizmente ayudados con el abaratamiento y generalización del cotilleo digital, que nos hace a todos “reinas por un día”.
El fondo es que, a pesar del “bloqueo político”, la economía española, dentro de las limitadas expectativas que hay para la de todos los “países históricamente desarrollados”, va relativamente bien. Asociado a ello, en la crisis larvada pero con tendencia firme que tiene el “estado del bienestar” de todas estas economías, la reducción en España se va administrando con bastante dignidad, habiéndose restablecido a un buen nivel muchas de las heridas causadas por la crisis de 2008. Y ello contrasta con deterioros relativos mucho más acusados en países que no tienen ese “bloqueo político”. ¿Por qué es esto así?.
A mi juicio ha llegado a ser un sofisma el siguiente silogismo:
Según la orientación ideológica de la política de quien ostente el poder habrá unas mejores o peores condiciones de vida para los ciudadanos … Siendo así que no hay orientación definida porque está bloqueado el ejercicio del poder … No hay perspectivas en ningún sentido.
Y esto ocurre porque, en la realidad actual no hay poder efectivo, sean cuales sean sus bases ideológicas declaradas, para orientar las cosas en una forma diferente a la que viene determinada por las circunstancias históricas en las que nos encontramos. Y, además, va creciendo el número de ciudadanos que van comprendiendo y aceptando que las cosas son así. Los políticos, a su vez, también lo saben y por tanto, sólo intentan sacar el máximo partido a la marcha autónoma de las cosas, que consiste en detentar las sillas, con los beneficios económicos, sociales y emocionales asociados, según la posición en la que estén situados. Aquí estamos todos desnudos, lo vamos sabiendo poco a poco, pero nadie quiere decirlo.
La Grecia de hoy parece haber recuperado, a su pesar, el papel de guía ilustrada de la verdad que tuvo la Grecia clásica: los sofismos que llevaron a sus ciudadanos a querer cuadrar un círculo imposible. Pensando que su mera voluntad podía cambiar el mundo entero para que su situación particular mejorara, les hicieron votar y votaron en contra de una decisión del resto del mundo, sabiendo que no tenían más remedio que aceptarla. Esto les lleva ahora a ponerse ante el espejo, que les devuelve su propia imagen, que es la de Tsipras, y reniegan de sí mismos, escupiendo al cristal. Demasiadas vueltas para estar en el mismo sitio.
Pues bien, en España lo que ocurre es que ya todos nos hemos convencido de que el acercamiento a la realidad que significaron los “ajustes estructurales” de la crisis de 2008 mejor es “no menealla”, como tampoco la liturgia que la acompañó. Pedro Sánchez y muchos de los que le votamos queremos que siga diciendo que fueron una felonía, pero que no se vea en la tesitura de cambiar aquellos ajustes; para lo que le viene muy bien no poder hacerlo, es decir, que esté ahí pero que no gobierne. A sus oponentes, que no tienen más remedio que defender aquello, también les viene bien no tener que hacerlo explícitamente desde el gobierno, porque sería menos efectivo con las resistencias que hoy están acalladas, y, en cualquier caso, harían menos placentero el ejercicio del “poder”.
Y naturalmente, la situación es ideal para todos ellos porque pueden lanzar inflados discursos sobre lo que hay que hacer para ganar el futuro, como “las nuevas tecnologías”, el fomento del “capital humano”, “la sociedad del conocimiento”, el “multilateralismo”, la “gobernanza mundial”….. Pero como saben, y sabemos, que no está en sus manos poder hacer algo realmente efectivo en ese y otros sentidos, los ciudadanos pensamos: ¡y dos huevos duros!. Así vamos tirando y entreteniéndonos con más y más elecciones. ¿Quién ha dicho que no puede ser un buen programa para esta sociedad póstuma?.