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Pero conviene ser cuidadosos, porque como aleccionaba Don Quijote a Sancho en una de sus pláticas, los milagros son cosas que ocurren muy raramente.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
En estos días de atrás hemos sabido que la deuda de las administraciones públicas españolas alcanzó los 1,2 billones de euros, lo que supone un 98,7 por ciento de nuestro PIB, o sea, de la riqueza total que producimos los españoles en un año. Esta relación entre deuda y riqueza que se produce es punto clave para calibrar la salud económica de un país. Hay otro aspecto decisivo, como saben bien los países que han tenido que ser rescatados o han tenido que acudir al FMI en petición de auxilio: el servicio de la deuda.
Es una expresión un poco rebuscada, que a mí me hace evocar un mundo romántico, un mundo de caballeros, en el que nadie osa faltar a la palabra dada y siempre se hace honor a las promesas hechas. Pero qué es el servicio de la deuda: para quienes no lo sepan o tengan dudas, diremos que el servicio de la deuda se compone de dos partes: una de ellas es la devolución de los préstamos que las administraciones recibieron en el pasado; la otra es la cuantía de los intereses que hay que pagar por los préstamos que se mantienen vivos, es decir, que no han llegado a la fecha de vencimiento.
El primero de esos componentes, la amortización de los títulos o préstamos que vencen, da lugar a cifras verdaderamente astronómicas. El Tesoro español, por ejemplo, tiene previsto emitir este año deuda por valor de más de 200.000 millones de euros. Pero que nadie se alarme: como vivimos en un mundo donde parece reinar la confianza, el 85 por ciento de esos títulos de nueva emisión serán adquiridos por los mismos inversores (más de la mitad extranjeros, no olvidemos este detalle) que reciben el dinero de los préstamos que vencen.
Dice el proverbio evangélico: que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. En el mundo de la inversión lo que rige es justo lo contrario: los propietarios de ambas manos saben muy bien lo que hacen. Con una mano reciben el dinero de los títulos que compraron en el pasado y simultáneamente compran con la otra los nuevos títulos que emite el deudor, que somos todos los contribuyentes. Y entre el punto inicial y el punto final de este trasiego, se van quedando con los intereses que el Tesoro tiene que ofrecer para atraer el dinero disponible. Este es el segundo componente del servicio de la deuda: para este año, la previsión es que el Gobierno tenga que abonar a sus prestamistas unos 30000 millones de euros.
Y en este contexto de deudas que vencen y se renuevan como en un tiovivo, se produce el asombro cotidiano que hemos dado en llamar el “milagro de san Mario Draghi”. Se van a cumplir ahora siete años desde que el banquero italiano pronunció en Londres aquellas palabras que se consideran la salvación del euro. “El BCE está dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro; y créanme, será suficiente”. Lacónico y contundente, sí señor. Como si hubiera dicho, más o menos: “Lázaro, levántate y anda”.
El efecto balsámico de aquellas palabras ha sido tan intenso, que el Tesoro público español está emitiendo deuda con intereses negativos, es decir, que devolverá a los inversores o prestamistas menos dinero del que le prestan. Así que el milagro de Draghi consiste en un mundo al revés, en el que los corderos maltratan a los lobos, como aquel que soñaba José Agustín Goytisolo. Los inversores lobos pagando por el privilegio de prestarles dinero a los corderos contribuyentes. Para las letras a un año estos intereses negativos son del 0,36 por ciento y más o menos lo mismo para los bonos a tres años. En realidad, incluso las obligaciones a diez años abonan un interés negativo, puesto que su rentabilidad, según la última subasta, es del 0,6 por ciento, pero resulta que la inflación anual ronda el 1 por ciento. Así que si usted se pregunta qué puede hacer por su país, sepa lo siguiente: si decide prestarle sus ahorros durante 10 años, recibirá 1060 euros por cada 1000 prestados. Pero, merced a la inflación acumulada, los 1000 euros iniciales se habrá convertido en unos 900. Usted recibirá, pues, en términos de poder adquisitivo, 960 euros por cada mil que preste. Hay otras alternativas, pero son peores: el colchón, la caja fuerte, la cuenta corriente, los depósitos a plazo o los fondos de pensiones.
La decidida actuación del milagroso Draghi ha permitido rebajar el coste de la deuda pública a menos del 2,5% y se tiene la sensación de que este panorama boyante no tendrá fin, puesto que el apetito internacional por la deuda del Reino de España no para de aumentar. Pero conviene ser cuidadosos, porque como aleccionaba Don Quijote a Sancho en una de sus pláticas, los milagros son cosas que ocurren muy raramente