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Ya hemos podido atisbar, en la solemne sesión de constitución de las Cámaras, el pelaje bronco con que se presenta esta legislatura.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Las grandes demostraciones de dolor y admiración que vimos en días pasados con ocasión de la muerte repentina de Alfredo Pérez Rubalcaba creo que no estaban motivadas únicamente por las innegables virtudes políticas que atesoraba. Yo veo en ese luto unánime, en esa consternación sin consuelo, una congoja por nosotros mismos, por nuestra fragilidad de seres que forjan sueños y hacen planes para el futuro sin pararnos nunca a pensar que un solo instante basta para llevarnos de la luz a las tinieblas.
Nada construiríamos y nada ambicionaríamos si tuviéramos siempre en la cabeza esa fragilidad irremediable, pero la muerte de un hombre de tanta relevancia nos pone de golpe frente a la certeza de que “polvo somos y en polvo nos convertiremos”. Sentimos la desaparición de un hombre de 67 años, que ni siquiera había comenzado a disfrutar la merecida jubilación, como una injusticia que se le hace a él y que podría caer sobre nosotros en cualquier momento.
Quizá sea la solidaridad instintiva frente a esa injusticia del destino la que impulsa a amigos y adversarios a destacar solo lo bueno en la hora de la despedida. El propio Rubalcaba había dicho en alguna ocasión, con la ironía propia de su inteligencia, que “en España enterramos muy bien”. Y así asistimos a los elogios desmedidos hacia su persona, mientras sus propios compañeros de partido excluyen de las candidaturas y de los puestos relevantes a quienes fueron sus colaboradores más directos. A lo mejor el antiguo portavoz del Gobierno y ex-Secretario General del PSOE habría preferido un poco menos de pompa y circunstancia y poco más de integración y finura política en el seno de las filas socialistas.
Y desde el otro lado del espectro político, comenzando por Mariano Rajoy, que fue su rival en la carrera por la presidencia del Ejecutivo, se han destacado sus cualidades de servidor público, más preocupado siempre por el bien común que por las conveniencias de su partido o su interés personal. Si tanta admiración sienten por la trayectoria de un hombre de Estado, porqué no le rinden homenaje tratando de comportarse como él lo habría hecho.
Ya hemos podido atisbar, en la solemne sesión de constitución de las Cámaras, el pelaje bronco con que se presenta esta legislatura. Y hemos podido comprobar una vez más, por si alguien tenía dudas al respecto, que es nefasto para los intereses generales del país que la investidura, los planes de gobierno o la estabilidad parlamentaria dependan o puedan depender de las fuerzas políticas que hemos dado en llamar soberanistas e independentistas. Ahora bien, ¿qué están dispuestos a hacer, que aportación razonable y patriótica ofrecen nuestros partidos del centro-derecha para evitar esta dependencia que tan desaforadamente denuncian?
Rubalcaba fue en su día un defensor de la abstención de los socialistas frente al PP; y por esa razón estuvo en contra de Pedro Sánchez, empecinado en la idea de que una decisión tan razonable como esa convertía a los socialistas en “la muleta” del PP y de Rajoy. Es evidente que hoy Sánchez carece de autoridad moral para pedir la abstención de PP y Ciudadanos. Pero a mí me sorprende que otros portavoces políticos y los medios de comunicación no presionen más, porque el problema objetivo, como el dinosaurio del famoso cuento de Monterroso sigue ahí: el independentismo condiciona nuestra vida política para mal y si no necesitáramos contar con él para la formación de las mayorías parlamentarias todo nos iría mejor. Es imprescindible que todos, políticos y ciudadanos, reflexionemos sobre esta anomalía de nuestra democracia y exijamos ese comportamiento de hombres de estado que no dudamos en ensalzar cuando el protagonista es acogido en el seno de la madre tierra.