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El pregón de ‘Curro’ como es conocido el ex-alcalde ( 1983-1987), compone un texto lleno de referencias literarias y a la Semana Santa alcalaína de ayer y de hoy.
- Crónica gráfica de Ricardo Espinosa Ibeas para ALCALÁ HOY
Arsenio Lope Huerta es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense, en Ciencias Empresariales por ICADE y diplomado en Ciencias Económicas y Comerciales por la Escuela Superior de París, y ha publicado una veintena de libros históricos dedicados a la ciudad de Alcalá de Henares y la Universidad.
El 1974 fue cofundador de la Agrupación Socialista de Alcalá de Henares para después pasar a ser diputado provincial de Madrid, alcalde de Alcalá de Henares, director general de Cooperación Cultural del Ministerio de Cultura, gobernador civil de León y delegado del Gobierno en Castilla y León y en Madrid.
Durante su etapa como alcalde de la ciudad complutense firmó con la Comunidad de Madrid, la Diputación de Guadalajara, cuatro ministerios y la Universidad de Alcalá el denominado “Convenio Multidepartamental de Alcalá de Henares” que supuso la verdadera recuperación de la ciudad y sus edificios históricos para las nuevas actividades universitarias.
Como vecino de Alcalá de Henares fue presidente de la Sociedad de Condueños y director general de la Fundación General de la Universidad de Alcalá. Recibió, entre otros muchos reconocimientos, la Medalla de Oro de la Universidad de Alcalá, es Caballero Almogavar Paracaidista de Honor y Socio de honor de la Asociación Cultural Hijos y Amigos de Alcalá de Henares.
Posee las tres cruces al Mérito -Militar, Civil y Policial- de los fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. En 1987 fue nombrado Cofrade de honor de la Cofradía de Nuestra Señora del Val.
- Extracto del pregón de Arsenio E. Lope Huerta ( inicio y fin )
Hace ya muchos años que escribí un artículo para un periódico local, titulado , en el que venía a señalar como los recuerdos que tengo de la vieja semana santa alcalaína me venían velados por una cierta nostalgia. Confieso que de los hechos complutenses del pasado son aquellos que me marcaron de forma más determinante, y debo reconocer que en ellos se daban una serie de circunstancias especiales que les hacían referencia obligada en aquel lento, abúlico y seguramente gris tiempo pasado.
Cierto es que la imposición oficial de prohibir cualquier manifestación de las consideradas paganas, venía a impregnar todo de una cierta religiosidad no exenta de artificio.
Las radios tan solo emitían música clásica o sacra y en los cines desaparecían nuestras amadas películas de vaqueros o de “gánsteres”, para ser sustituidas por las clásicas que nos recordaban la Pasión de Cristo.
Y todo, hasta en la vestimenta, se rodeaba de pudicia y moderación. Hablar en voz alta, en la calle, era disonante y un grito, apenas balbuceado, se convertía casi en provocación.
Como por ensalmo toda la ciudad sentía sobre sus hombros, estériles y acomodados a la religiosidad oficial, el peso de la carga de la muerte, del Hijo de Dios.
Parecía que el Gólgota estaba en el vecino Gurugú y que todos nosotros, al unísono, éramos culpables de no haber hecho nada por impedir la crucifixión de Cristo.
Las procesiones, muchos menos numerosas que las actuales, recorrían aquella Alcalá que no iba mucho más allá de las puertas de Madrid y del Vado, de la línea fronteriza de las vías del tren, o de la plaza de Mártires. De todas ellas me gustaba la del Silencio por su impresionante tránsito.
Desde las aceras y en un silencio espeso y respetuoso, los jovenzuelos nos aprestábamos a intuir el rostro anónimo que se ocultaba, tras los adustos gorros de cucurucho de los penitentes, creyendo adivinar en este o en aquel la mirada cómplice del amigo o familiar.
Y siempre me impresionaban los penitentes. Aquellas mujeres, sobre todo, que, con un velo negro y transparente sobre su doliente rostro, arrastraban pesadas y chirriantes cadenas, llevando, con frecuencia, una tosca cruz de madera a cuestas. Siempre me pregunte que faltas expiaban o que favores agradecían, que les imponía tamaño sacrificio.
Su dolor era casi siempre, nuestro dolor de niños, que teníamos más preguntas que respuestas sobre ese Dios, su Dios, que le exigía tamañas pruebas de amor y sumisión. Aquellos penitentes que exhibían su dolor sin pudor producían en la chiquillería una honda impresión.
La Semana Santa alcalaína de entonces era la clásica de los viejos pueblos y ciudades castellanas: sobria y silenciosa. Pero recuerdo también, la impresión que me causo el día que, en un balcón vecino de mi casa en la calle Libreros, una voz aflamencada rasgó, en una “saeta “y como una saeta, el espesor del silencio alcalaíno.
Aquella voz aflamencada, entre ayes y quebrantos, venía a decirnos que Alcalá se estaba haciendo cada vez más universal y que su mundo, y sus expresiones populares, iniciaban un extraño sincretismo en el que hoy aún, y acaso, nos mecemos afortunadamente.
Y hoy, en que vuestra generosidad me invita a dirigirme a todos vosotros, cofrades y penitentes, de esta renacida Semana Santa complutense, me pregunto ¿cómo hacerlo?: y, sobre todo, ¿cómo dirigirme a ti, cofrade, que has mantenido, aumentado y dignificado nuestras procesiones?
Por ello y llevado por mis dudas y temores me he permitido escribir una carta a Jesús, para hacerle llegar esos temores y esas dudas.
Querido Jesús de Nazaret: hijo de José y de María, que te dices hijo de Dios y que, como tal y por ello, fuiste sacrificado en la cruz. ¿Qué decirte en esta hora extraña y comprometida en que comparezco ante mis paisanos para hablar de Ti y tu pasión?
[ final ]
Pero no puedo ni quiero estar aquí, pregonando esta Semana Santa alcalaína, sin hablar de ella, pero tampoco quiero tener la osadía de historiar, explicar o pontificar sobre ella ante vosotros, que sin ninguna duda, la conocéis más y mejor que yo .Por eso me vais a permitir unas reflexiones sobre ella, sobre lo que vi y sobre lo que percibí, que ambas cosas son inseparables en este caso porque, difícil es definirla; no basta con hablar de lo ritual o lo austero, lo grandioso o lo patético, ni de ese silencio más resonante que millares de voces que su procesionar ofrece.
Es mezcla armónica de realismo y ensueño, de lo temporal y lo eterno, de lo divino y lo humano, de lo contingente y lo trascendente. Algo que más allá de las palabras, habrán de comprobar quienes quieran vivirla, limpios de prejuicios, con los ojos del cuerpo y con los ojos del alma porque ¿cuál es el secreto que sustenta el encanto digo bien, encanto de encantamiento, de la Semana Santa alcalaína y de sus procesiones?, ¿el misterio religioso?, ¿la sublimación de la fe en Cristo y su Pasión? ,¿o acaso el escenario que le ofrece esta vieja ciudad y la magia de sus calles?. ¿O en la belleza de sus pasos orgullosamente arropados por los cofrades? Todo eso sin duda es su secreto.
Pero también algunas cosas más: historia, tradición, y porque no decirlo, sano orgullo.
Por ello no intentaré, vano intento sería definir algo tan hermoso y complejo como es vuestra Semana Santa, simplemente permitidme, a modo de ejercicio literario, y so pretexto de mis propias inclinaciones personales, poner más énfasis en lo artístico. La imagineria , como parte del arte sacro, no es más que una forma de intermediación entre el hombre y Dios.
Desde los primeros tiempos de la iglesia juega el papel de simbolizar visualmente para el cristiano, las verdades de la fe, personificar la idea de lo santo, que de forma no concreta impregna el pensar de los hombres.
De concretar de forma nítida los santos de su devoción y los hechos que han ido edificando la religión que profesa, acomodándose al espíritu y a las corrientes culturales de cada época y ejerciendo una función didáctica de singular importancia.
Pues bien, a este aspecto, a los pasos procesionales,decía que quiero dedicar una especial atención. En justicia habría que hacer aquí una larga y prolija lista. Tantas y tantas son las imágenes notables que componen el elenco procesional alcalaíno que vosotros, mejor que yo, conocéis y cuidáis.
Ese patrimonio que, como pocos, habéis sabido conservar y aún acrecentar, y sobre el cual, yo me he atrevido, en una tarde fría de este mes de marzo, venir a hablaros sin otro mérito que el de vuestra generosidad.
Por todo ello, muchas gracias, y que el ejemplo solidario de Jesús nos ilumine a todos.
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