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Qué pasaría si en un solo año se mataran 83 políticos, o 83 jueces, o que 83 clérigos católicos fueran asesinados; ¿Pueden imaginárselo? Yo sí puedo.
- Teresa Galeote Dalama es escritora: Los días largos, Momentos que no se olvidan, El grito, El eco de las Palabras y Daños colaterales, forman parte de su obra literaria.
Si eso ocurriera se convocarían reuniones al más alto nivel y un gabinete de crisis nacional para evaluar la trágica situación. Inmediatamente, el Parlamento español se reuniría con carácter de urgencia para dictar leyes antiterroristas que pusieran fin a los atentados cometidos contra los soportes de la democracia. ¡Sí!, estoy convencida de que se podría en alerta todos los resortes del Estado.
Me excedería en páginas si enumerase lo que las mujeres han significado y siguen significando para dichos estamentos; ese análisis da para un nuevo ensayo sobre la influencia de la cultura patriarcal en nuestras sociedades, pero sí puedo apuntar algunos datos.
Es evidente que el status de cosificación que se dio a las mujeres desde que se estableció dicha cultura se ha perpetuado a través del tiempo. No ha cambiado su esencia, aunque las formas han variado o se hayan mitigado algunos aspectos a través de las leyes; cambios que han sido posibles por las movilizaciones de las mujeres y no por la gracia de dios. Pero ya sabemos que estas mejoras no son globales, ya que en algunas regiones del planeta persisten las formas más arcaicas.
En España tuvimos una joven Vicepresidenta cuando gobernaba el Partido Popular y al mando del Ministerio de Defensa estuvo Dolores de Cospedal, y ahora tiene la cartera Margarita Robles. ¿Hay quién de más? España es mucha España y de nuestras fuerzas armadas qué les voy a decir que ustedes no sepan. Pero esa apariencia de poder de ciertas mujeres es una visión que esconde una trágica realidad; la pervivencia de la agresiva cultura patriarcal, desencadenante de todo tipo de conflictos.
Y es que hace mucho tiempo que los hombres que NO amaban a las mujeres comenzaron a desprestigiarlas, a utilizarlas y a despreciarlas. Si Aristóteles aseguró que la mujer era un hombre incompleto, y que por tal motivo no podía pensar ni tener juicios acertados, otros santos varones de la iglesia, muy influyente, conservaron el discurso inicial para seguir denigrando a las mujeres. Ese fue el caso del clérigo y poeta, Fray Luis de león, que en su manual de La perfecta casada daba instrucciones a las mujeres de cómo debían comportarse; que no era nada diferente a los consejos que dieron anteriores teóricos de la iglesia y de la filosofía. Para todos ellos, la mujer debía estar al servicio del hombre, fuese padre, marido, hermano y dios.
Y llegaron los ilustrados en el siglo XVIII; ¡qué gran momento histórico! Se le llamó el siglo de las luces, aunque las mujeres quedaban fuera de la luz redentora; con la digna excepción de Nicolás de Condorcet, el resto de ilustrados siguieron viendo de igual modo a las mujeres. Que se lo digan a Jean-Jacquet Rousseau, que llegó a plasmar en Emilio, o sobre la educación, el ideario educativo por el que se guiaron las nuevas generaciones; normas de comportamiento para hombres y mujeres. Y en ese ideario educativo, Sofía es para el filósofo la mujer ideal, mujer que perpetúa la cultura patriarcal de sumisión al hombre. Mary Wollstonecraft discute la propuesta de Rousseau de darles a las mujeres una educación diferencial, se basa para ello en la razón. Olympia de Gougues comprobó que, una vez más, los ilustrados varones se olvidaban de las mujeres en la famosa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Olympia protestó enérgicamente y elaboró, Los derechos de la mujer y la ciudadana, pero su declaración de principios solo sirvió para llevarla al patíbulo.
Dejo para otro momento las declaraciones misóginas de ciertos obispos actuales, pero cuando escucho sus argumentos me vienen a la memoria Las Misiones Evangélicas y el Patronato de Protección a la mujer del régimen franquista; organismos estatales-religiosos creados para reeducar a las “mujeres descarriadas”, el desvío convertido en embarazo, en algunas ocasiones era producido por padres, padrastros u hombres cercanos a la familia.
Y para mayor firmeza educadora en pleno siglo XX, ahí estaban las proclamas sobre la mujer de Pilar Primo de Rivera, directora de los servicios sociales obligatorios para la mujer: Las mujeres nunca descubrirán nada; les falta, desde luego, el talento creador reservado por Dios para las inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos han hecho. Y si no fuese suficiente el ideario misógino de de doña Pilar, el insigne psiquiatra del régimen franquista, Antonio Vallejo Nájera, afirmaba: A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de las islas de Kerguale, ya que su misión en el mundo no es de luchar por la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ellas. Hay que reconocer que el nacional-catolicismo dejó su huella bien marcada.
La historia y sus consecuencias
Los hombres que NO amaban a las mujeres dejaron su influencia a través de la historia, del pensamiento, de la religión, de la literatura, de la ciencia… Y las consecuencias son terribles. Sobran las buenas palabras, las disculpas y la propaganda para decirnos que se va por el buen camino. En nuestro país las violaciones, los maltratos y los asesinatos dan cifras alarmantes, pero a los sucesivos gobiernos, al parecer, les parece que son efectos colaterales de nuestra compleja sociedad.
Y llegamos a la actual Ley de violencia de género. ¡Púes bien!, por más que digan los redactores y defensores de ella, No es una buena ley. No es buena porque permite seguir matando mujeres impunemente. No es buena porque cuando las mujeres denuncian los continuos malos tratos y las amenazas de muerte no se pone suficientes mecanismos en marcha para abortar los asesinatos anunciados. No es buena porque se exige la carga de la prueba a la mujer y no al agresor y presunto asesino.
Las mujeres merecemos una ley integral que nos proteja de violadores y de asesinos, pero eso no está entre las prioridades del gobierno. Hacen falta leyes que penalicen la violencia marchista, leyes que no puedan ser interpretadas de diversas formas, leyes que protejan a la mujer y que condenen al agresor. La paridad de hombres y mujeres en la representación política no es suficiente sino se logran leyes que saquen a la mujer del estado de servicio y cosificación que aún perdura; leyes que garanticen el respeto que las mujeres merecemos como protagonistas de nuestras vidas, y sin peligro de ser asesinadas. Los crímenes de mujeres deben tipificase como crímenes de lesa humanidad, por cuanto se ejerce terrorismo sobre una determina población. No queremos flores para la tumba, ni leyes que nos retiren a guaridas mientras dejan en las calles a potenciales criminales.
Y vuelvo a lo que exponen las líneas iniciales; ¿qué pasaría si en un año se asesinaran 83 personas de los estamentos anunciados? Estoy convencida de que se establecerían todas las prevenciones y, por supuesto, se haría una ley antiterrorista que apresara preventivamente a los presuntos asesinos antes de cometer el acto final de la tortura. Pero somos mujeres, seres incompletos según algunos filósofos antiguos y contemporáneos, seres para satisfacer a prostituidores y proxenetas, o para alquilar vientres, (vasijas según Platón y Aristóteles).
Los políticos, con algunas dignas excepciones, no entienden la situación porque asumen la ideología patriarcal. Y ese virus les lleva a decir que debe legalizarse la prostitución, aunque ésta sea la nueva esclavitud del siglo XXI (de cada diez víctimas de la trata de mujeres siete son menores de edad). Y compruebo, con mucha tristeza, que cuando las mujeres llegan al poder utilizan los mismos parámetros mentales que los hombres, que no es otro que afianzar la milenaria cultura patriarcal que rige el mundo.
La cosificación de la mujer llega al paroxismo cuando los anuncios que denigran a la mujer están permitidos, cuando la mujer se expone como un objeto que pueden comprar los hombres para afianzar su masculinidad y su poder. La realidad es que se fomenta la violencia marchista desde diversos estamentos del Estado y de la sociedad, normalizando actitudes que deberían ser condenadas con contundencia.
Las sufragistas que exigían el voto y las obreras que reclamaban salarios dignos y jornadas humanas nos legaron la heroicidad de sus luchas. A todas ellas debemos los avances logrados, pero a la vez nos dicen que la tarea que emprendieron no ha terminado, que hay motivos más que sobrados para no relajarnos, que se sigue menospreciando y matando a las mujeres.