La sentencia dice que está probada la ausencia de libre consentimiento. La metieron en un portal cogiéndola uno de la mano y otro agarrándola por la muñeca. Ella, de 18 años y con 1,3 g/l de alcohol en sangre, en el oscuro y estrecho portal fue rodeada por cinco hombres, de entre 24 y 27 años, siendo uno de ellos militar y otro Guardia Civil.
Dice también la sentencia que en estos casos la víctima suele temer por su vida y entra en estado de shock, desligándose y disociándose de la realidad, adoptando actitud de sometimiento y pasividad. Y en esas circunstancias la manada hizo con ella cuanto quiso: grabaron vídeos de las penetraciones mientras sonreían a la cámara, la robaron el móvil y según fueron eyaculando la dejaron sola en el portal.
Y a pesar de que todo lo anterior son hechos probados, dice que no es una violación. Por lo visto faltó violencia, y es ahí cuando la indignación se desborda al no encontrar nada, absolutamente nada, que no sea violencia en lo sucedido.
Violencia sufrida aquella noche. Violencia cuando aun se pone en duda su condición de víctima por tratar de superarlo saliendo a la calle y quedando con sus amistades como cualquier joven. Esta sentencia también es violencia, pues no la considera violada por ausencia de moratones y huesos rotos. No fue destruida lo suficiente como para hallar a sus violadores culpables de violación.
Es una sentencia que parece vomitar: “Cerrad bien las piernas, bien fuerte. Que os golpeen, vuestras lesiones destruirán todas las dudas que siempre cernirán sobre vosotras. Vuestra sumisión siembra la sospecha, vuestra muerte no. Solo la muerte os hará víctimas”.
No, no son cinco, son muchos más. La Manada está entre nosotros, se extiende como negra mancha de aceite que encharca cada rincón, oscura sombra alargada que te da los buenos días y te sujeta la puerta del ascensor. Sonrientes, ya vistan vaqueros o chaqué, con el mono azul o tras la negra toga… Resultado de una mala educación que se reproduce, maltrata, viola y mata.
No sólo nos rodea, está en nosotros, aunque nos duela. Se nos ha inculcado e inculca de cien mil formas distintas en la sociedad patriarcal que habitamos. Si tratamos de sernos sinceros, de observarnos con objetividad, el machismo se revela cercano y repugnante, como los ácaros de nuestra almohada vistos mediante microscopio.
No es cuestión de más o menos años de condena. Sospecho que en esto, como en todo lo demás, la solución no se fragua tras los barrotes. Hay que reformar el Código Penal y, sobre todo, es cuestión de educación. La que se hace desde las escuelas y la que nos llega mediante mil mensajes de todo tipo. Mensajes que nos dicen que ser mujer es peor, que las cosifican, que las devalúan, que les faltan al respeto. Mensajes que, si eres capaz de abrir los ojos, causan rabia. Causan vergüenza. Mensajes como esta sentencia.
Esta sentencia también es violencia.
David Cobo . Coportavoz de Izquierda Unida Alcalá