- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Yo soy la candidata del pueblo, le hemos oído decir a Marine Le Pen durante la campaña electoral en Francia. Este mismo afán acaparador, en el que no hay espacio posible para otros candidatos o representantes, lo vemos al mismo tiempo en España, cuando un Pedro Sánchez se proclama “el candidato de la militancia” o un Pablo Iglesias anuncia la moción de censura porque “a la gente le conviene que Rajoy salga de La Moncloa”. Vuelve, pues, una moda tan antigua como la humanidad: la de los líderes mesiánicos, depositarios de unas tablas de la ley en las que está descrito el camino para llegar a la tierra prometida.
En esta moda en la que el pueblo, o la gente, son tomados como un todo en el que no parece haber matices o formas diferentes de ver las cosas o intereses contrapuestos, la democracia representativa, la elección de delegados o la deliberación parlamentaria son un lujo superfluo o un estorbo. El líder interpreta los deseos de las masas y marca el rumbo sin intermediarios. El propio Pedro Sánchez, en su lucha por recuperar la Secretaría General del PSOE, acaba de prometer que todo acuerdo político será sometido a la votación de la militancia.
Si el ejercicio de la política va a consistir en una serie interminable de referendos, ¿qué papel reservarán los futuros estatutos socialistas al Comité Federal, a la Ejecutiva del partido, al grupo parlamentario, al resto de comités regionales y locales? Llevando las cosas un poco al absurdo, quizás lo que deberían prometernos estos profetas de la democracia directa es la vuelta a la democracia griega: en cada ciudad, comunidad o estado el poder estará en manos de una “asamblea de los quinientos”, que será elegida por sorteo cada equis años. Y, puesto que la gente sabe lo que le conviene a la gente, ya no harían falta debates ni negociaciones ni líderes capaces de elaborar o defender distintos proyectos, el único papel de la asamblea sería convocar y hacer el recuento de las sucesivas votaciones que fueran celebrándose.
Pero las cosas no han ido todavía tan lejos y sigue habiendo un Parlamento, ante el cual debe presentarse el candidato que pretenda desalojar a Rajoy de su residencia. Tal vez sea este un detalle sobre el que los dirigentes de Podemos no han reflexionado bastante, porque quien se va a examinar en el anunciado debate no es el Presidente del Gobierno, sino Pablo Iglesias, si es que finalmente es él el candidato propuesto. Un ejercicio de alto riesgo durante el cual puede planear en algún momento la sombra fantasmal de un tal Hernández Mancha, que también saltó al ruedo con gran arrojo y salió dolorosamente magullado.
No hay en la política española actual ningún elemento que no estuviera ya presente cuando Pablo Iglesias desperdició una gran oportunidad para impedir que Rajoy siguiera en La Moncloa. Así que muchos querrán saber por qué entonces no y ahora sí hay que sacar al pontevedrés de la residencia presidencial. Al mismo tiempo, en su búsqueda de una izquierda presuntamente insumisa, pura y coherente, Sánchez sigue insistiendo en que la abstención de los socialistas fue un error. En mi opinión, tal planteamiento es poco menos que un insulto a la inteligencia de los ciudadanos españoles, que por dos veces consecutivas habían expresado en las urnas su preferencia mayoritaria por Rajoy. Lo que hicieron los socialistas, en realidad, fue un gran servicio a la sociedad española y a ellos mismos, si bien la forma en que lo hicieron y el debate interno en que siguen inmersos les impiden recoger los frutos que merecerían por tal servicio.
Cabe pensar que el líder del PP saldrá reforzado del anunciado fracaso de la moción de censura y si en la etapa posterior la oposición no juega sus cartas con inteligencia ( y se empeñan, por ejemplo, en bloquearle las cuentas para 2018) podría encontrarse con la excusa perfecta para disolver las Cámaras en busca de una mayoría absoluta o mucho más cómoda que la actual.
Santiago López Legarda experiodista de Radio Nacional de España