Cervantes y la Muerte

Parece oportuno en el año en el que celebramos el IV centenario de la muerte de Cervantes y en estas fechas en las que muchos recordamos a nuestros difuntos, hacer una breve incursión en el concepto y la consideración de la muerta que tenía el más universal de nuestros paisanos. Plenamente consciente de que la muerte llamaba a su puerta, tres días antes la dedicatoria de los Trabajos de Persiles y Sigismunda, uno de los escritos más impresionantes del escritor: Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, ésta te escribo.

Epitafio de la tumba de don Quijote con Sancho y Pinelli. Ilustración romántica de Bartolomeo Pinelli, 1834.

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  • Manuel Vicente Sánchez Moltó es Cronista Oficial de Alcalá de Henares

Parece oportuno en el año en el que celebramos el IV centenario de la muerte de Cervantes y en estas fechas en las que muchos recordamos a nuestros difuntos, hacer una breve incursión en el concepto y la consideración de la muerta que tenía el más universal de nuestros paisanos.

Y, antes que nada, conviene aclarar que aunque tradicionalmente conmemoramos el 23 de abril como el día de su fallecimiento, lo cierto es que ésta es la fecha en la que recibió sepultura, un día después de su muerte. Plenamente consciente de que la muerte llamaba a su puerta, tres días antes la dedicatoria de los Trabajos de Persiles y Sigismunda, uno de los escritos más impresionantes del escritor:

Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.

Y continúa manifestando, pese a todo, sus ganas de vivir: Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto…

Es evidente que Cervantes no teme a su inevitable destino. Es más, lo afronta con su de sobra conocida vitalidad, con optimismo, que se ponen de manifiesto en la despedida de sus amigos: ¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!

Estas son las últimas palabras que plasmó sobre papel. Como ya he apuntado, las escribió el 19 de abril de 1616. Tres días después era amortajado con el modesto sayal de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, en la que había ingresado tres años antes, durante la que seguramente fue su última visita a Alcalá de Henares. Con el rostro y parte de la pierna derecha al descubierto, como era costumbre, fue depositado en un tosco ataúd de madera, recibiendo sepultura el día 23 en el monasterio de las Trinitarias Descalzas de Madrid, muy próximo a su domicilio.

Lo sorprendente es que Cervantes parece que anticipa su muerte cuando escribe la segunda parte del Quijote. Tres días, los mismos que transcurrieron desde que Alonso Quijano testó hasta que entregó su alma. Y, como enseguida veremos, no es la única coincidencia.

Seguro que aquellos que se han acercado a la lectura del Quijote recuerdan el desenlace de la novela, con la narración de la muerte de Alonso Quijano. Así relata Cervantes la última y definitiva aventura del hidalgo: Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba… (2ª parte, capítulo LXXIV)

Consciente de que cercanía de la muerte, don Quijote anuncia: Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa. Pide la presencia de un confesor y de un escribano que certifique sus últimas voluntades, pero aún habrían de transcurrir tres días para la llegada del último suspiro: en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento… Rodeado de su sobrina y amigos, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu. Por si quedara duda, Cervantes sentencia: quiero decir que se murió.

Sansón Carrasco escribió el siguiente epitafio, en el que hago hincapié en los dos últimos versos:

Yace aquí el Hidalgo fuerte
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte. (2ª, LXXIV)

Pero, como ya he dicho, no es esta la única coincidencia que encontramos entre la muerte de Alonso Quijano y la de su creador. En un pasaje del Quijote, Sancho reflexiona sobre la muerte de la que afirma que de nada hace ascos, que come de todo, que nunca descansa, que posee un “hambre canina” y una sed insaciable:

-A buena fe, señor -respondió Sancho-, que no hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual también come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de Ios pobres. Tiene esta señora más de poder que de melindre: no es nada asquerosa, de todo come y a todo hace, y de toda suerte de gentes, edades y preeminencias hinche sus alforjas. No es segador que duerme las siestas, que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde yerba; y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y, aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría. (2ª, XX)

Califica a la muerte como “hidrópica y sedienta”. Curioso. Se da la circunstancia de que Cervantes fue diagnosticado precisamente de hidropesía, una enfermedad que se caracterizaba por producir una insaciable necesidad de beber. Si bien hay que aclarar que por aquel tiempo se confundía la hidropesía (derrame o acumulación anormal de líquido seroso) con la polidipsia que producía una necesidad de beber frecuente y abundantemente y que es un síntoma evidente de la diabetes, enfermedad desconocida hasta la década de 1920.

No es, ni con mucho, la única referencia a la muerte que encontramos en el Quijote. Son varias las reflexiones que nos encontramos en la segunda parte de la novela y que Cervantes pone en boca de sus personajes. Sancho la considera “sorda”, que no atiende a ruegos y razones y que nada ni nadie la detiene cuando llama a nuestra puerta:

-Es el caso -replicó Sancho- que, como vuestra merced mejor sabe, todo estamos sujetos a la muerte, y que hoy como y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de la que Dios quisiere darle, porque la muerte es sorda, y, cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va depriesa y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni ceptros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos. (2ª, VII)

Don Quijote llega a comparar la vida con una gran comedia, como algunas décadas después haría Calderón en El gran teatro del mundo, si bien con un planteamiento diferente ya que en la alegoría cervantina cada uno viste y representa su personaje, pero cuando concluye y se despojan de sus ropas, todos se igualan, mientras que en Calderón encierra un sentido moralizante, ya que al final de la representación cada personaje recibirá la salvación o el castigo, según haya obrado en vida.

-Pues lo mesmo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero, en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos le quita la muerte la ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura. (2ª, XII)

Y, para no extender esta selección de citas en exceso, concluyo con otra reflexión de Sancho en la que insiste en que la muerte a todos nos iguala, sin discriminar las clases sociales:
…y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del Papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro: que al entrar en el hoyo todo nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas noches. (2ª, XXXIII)

Cervantes también se refiere a la relatividad de la muerte, como lo expresa en estos bellos versos del Trato de Argel:

Que sea mi vida mucha, o que sea poca,
importa poco; sólo el que bien muere
puede decir que tiene larga vida,
y el que mal, una muerte sin medida.

En el pensamiento occidental, profundamente marcado por la religión, la muerte presenta dos consideraciones fundamentales. Para los creyentes la muerte no es más que el tránsito a la gloria y, en consecuencia, carece de sentido negativo. Por otro, se considera a la muerte como el final de los placeres y las riquezas del mundo, un final que transforma la belleza en polvo y ceniza. Pero, en ocasiones, la muerte también supone el fin del dolor y el sufrimiento. Cervantes parece situarse más próximo a este último concepto. Como hemos podido comprobar, la muerte es poderosa, nada la frena y hace iguales a todos los seres humanos. Apunta como una cruel venganza de los pobres y desvalidos contra los ricos y poderosos (corderos y carneros, según palabras de Sancho).

Creo oportuno concluir con unos versos, recogidos en la Galatea, su primera novela, impresa en Alcalá de Henares en 1585, donde no duda en comparar al Nilo y a su río Henares para explicarnos de otro modo que la muerte nos iguala a todos:

¡Oh muerte, que atajas y cortas el hilo
de mil pretensiones gustosas humanas,
y en un volver de ojos las sierras allanas
y haces iguales a Henares y al Nilo!

  • Manuel Vicente Sánchez Moltó es Cronista Oficial de Alcalá de Henares

 

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