La semana pasada asistía a un encuentro financiero de intercambio de experiencias entre empresarios y financiadores bancarios. Como es normal, los empresarios pedían más financiación bancaria, y los bancos mostraban su predisposición verbal a ello. Fue una reunión de personas con traje y corbata, ninguno había alcanzado categoría laboral ni social para ir sin ella, pero montada en plan americano, acto desenfadado, sin mesa por medio, y recabando fórmulas de créditos basados en los business plan, y no en la solvencia y los resultados de la empresa; ni mencionar el apalancamiento ni el ROE para la amortización de la inversión.
Esta fórmula, una idea, un proyecto, y la correspondiente financiación, está relativamente extendida en Estados Unidos y en algunos países europeos; pero más a través de préstamos participativos y empresas de capital-riesgo, de tal forma que acompañan como partners el proyecto, y futuros beneficios.
Los españoles somos diferentes, y si el tema sale bien, gana el empresario; si la cosa sale mal, pierde el banco. Algo similar a lo que está sucediendo con las operaciones hipotecarias. El ejemplo más reciente de inversiones por proyectos es Abengoa, y los resultados no han sido buenos para nadie.
Dar créditos es fácil, lo difícil es cobrarlos. Fue una reunión gestada por el banco con mejor ratio de eficiencia español actual; el que tenía ese sello hace unos años, se ha balanceado en la tela de una araña y ha tenido que hacer una urgente ampliación de capital para no dar problemas al sistema financiero europeo, producidos por los business plan (plan de negocios en español de mi pueblo) de desarrollo urbanístico sobre plano y terrenos “que se van a recalificar inmediatamente” como urbanos, siempre según el excell y el power point del solicitante.
Oí decir: “Vivimos del crédito”. Esa frase ya me la conozco yo desde hace muchos años, dicha por banqueros, no propietarios del banco, pero sí con fondos de pensiones absolutamente inmerecidos para el valor bursátil que aportan. Me hubiera gustado que la frase se hubiera completado de la siguiente forma: “Vivimos del crédito bueno”, pues los errores de los banqueros, públicos o privados, de una u otra manera, afectan a todos los ciudadanos: Desde el valor de las acciones, los fondos de inversión y de pensiones, el no pago de impuestos por los errores cometidos al rebajar los beneficios obtenidos, hasta un mayor precio de la financiación para quienes sí pagan sus créditos.
En la banca, como en todo en la vida, hay muchos tipos de riesgos. Uno de los que pasan más desapercibidos para los analistas, es el riesgo de ambición personal, ese por el que unas pocas personas que brillan en la cúspide, quieren más y más, más reconocimiento, más poder, más de todo, aunque para ello haya que motivar a las personas de tal forma que se enfrente entre sí, poniendo en funcionamiento una máquina en la que cada empleado duplique en un año el número de productos que vende cada mes.
“Al freír será el reír”, decía el comerciante que vendió un producto en no muy buen estado; “Al contar será el llorar” le contestó el cliente, que le había pagado con un billete falso. Luego, con el tiempo, aparecerán las tarjetas de débito a nombre de El Capitán Trueno, el seguro que se cancela al segundo recibo mensual, la cancelación de las acciones que le han vendido al cliente para concederle un préstamo, o que el segundo titular resulta que es avalista de tres compatriotas sudamericanos y no se cobra ninguno de los cuatro préstamos.
Esto no solo es aplicable en la banca; tenemos el tándem político Rajoy-Sánchez, uno pasado de años en el poder y el otro joven sin pedigrí empresarial y por lo tanto sin salida digna fuera de la política, que se empeñan en permanecer en su columna peridiana de pecho henchido y condescendencia con su ego, mientras España adormece y se dilatan conflictos internos y externos. Los que no solucionan problemas, los crean.
Reconozco que ya no estoy al día en las últimas técnicas empresariales y bancarias, pero si hay que ser prudente cuando las cosas van mal, más prudente aún hay que ser cuando las cosas van bien. Si hay que ser cauto con el dinero propio, mucho más con el ajeno.
Antonio Campos . El blog de Campos
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