- Dejaron huella y familia. Sus nietas nos ayudan a contar su éxodo desde África, un siglo antes que sirios e iraquíes.
- Aquí crearon negocios de salchichas y otros. Y escandalizaron por bañarse desnudos en el río
Fue tal su relajación en Alcalá, alejados de la guerra, que un periodista de El Liberal escribió: “¿Qué vida hacen los alemanes? La vida del cerdo: comer, beber y dormir. En siete meses de estancia en Alcalá los alemanes no han dado una sola prueba de su afición a la cultura… y ¡eso que viven en el pueblo de Cervantes y Cisneros!”.
En Alcalá, según otra crónica de la época de El País, causó alarma la costumbre de los “alemanes internados” de ir en grupo a bañarse desnudos en el río Henares, “todos con el traje de Adán ante el asombro e indignación general”. También eran aficionados a bañarse en el río los alemanes de Pamplona. Algunos incluso en invierno, rompiendo el hielo.
La crisis de los refugiados ocupa hoy las noticias con titulares de desesperación. Como hace cien años, cuando otros refugiados como Gabriel Schalhauser y Hans Carl Jürss, arrojados de sus hogares por la guerra, hallaron auxilio en un país donde pretendían encontrar la paz que perdieron. En 1916 la sociedad española aceptó el reto. Y en medio de la más terrible de las guerras, hizo un favor a la paz acogiéndolos. Ellos, a cambio, dejaron su descendencia española, como Ana, María José y Fernando. Todo un ejemplo para 2016.
- Artículo de Carlos A. Font Gavira ( historiador y autor del libro Los alemanes del Camerún. ) Extracto del artículo publicado en EL MUNDO
Superados por los aliados británicos y franceses, la resistencia de los alemanes en Camerún se derrumbó. El coronel Zimmermann tomó una arriesgada decisión: internarse en la zona continental de la Guinea Española y acogerse a su neutralidad. Miles de soldados nativos (askaris) y civiles cameruneses acompañaron a los alemanes en su retirada. Las autoridades españolas en Guinea atendieron a 6.000 askaris, 850 alemanes y miles de mujeres y niños cameruneses que formaban una masa de 50.000 personas. Después de una temporada en Río Muni, trasladaron a los askaris y a los alemanes a la isla de Fernando Poo, donde los alojaron en los llamados “campos de internamiento”. Fue una auténtica “misión humanitaria” en tiempos de guerra …
Desde allí partirían en 1916 para encontrar su refugio definitivo, ya en Europa. Por presión aliada, España decidió trasladar sólo a los alemanes a la Península Ibérica, donde serían mejor vigilados. Los africanos quedaron en la Guinea Española (hoy Guinea Ecuatorial), salvo algunos criados. Los vapores Cataluña e Isla de Panay cubrieron la ruta desde África hasta Cádiz. España, país neutral, protegió a los alemanes como refugiados de guerra. Cumplía así con las leyes internacionales, como la Convención de La Haya de 1907.
En la primavera de 1916, hasta 855 alemanes (según los listados del propio gobierno español) encontraron refugio en ciudades como Pamplona, Alcalá de Henares y Zaragoza. Gabriel Schalhauser, el abuelo leñador de María José, figuraba en el puesto 758 con el oficio de “capataz”. Los alemanes, que habían sido derrotados en África y expulsados de Camerún, estaban nerviosos ante la incertidumbre de cómo les tratarían aquí. Lo cierto es que los recibieron aclamándolos.
Los ojos claros de María José, y su apellido, Schalhauser, revelan su origen y esconden una historia centenaria: desciende de los alemanes que, expulsados de África, terminaron convertidos en los grandes refugiados de 1916, en plena I Guerra Mundial. Caminando hoy por las calles de Pamplona, María José reconstruye el viaje de su abuelo desde la colonia alemana de Camerún hasta España. A la capital navarra llegó Gabriel Schalhauser, acompañando a un grupo de 247 refugiados alemanes, el 5 de mayo de 1916. Porque hace ahora justo cien años los refugiados no eran sirios e iraquíes, como los 20 que acaba de acoger nuestro país, sino teutones que escapaban del África colonial.
La muestra de que todo fueron vino y rosas quedó registrada así por El Correo de Andalucía en una crónica sobre el paso de un grupo por Sevilla: “El momento de la llegada fue solemnísimo, impresionando vivamente a cuantos lo presenciaron. Las bellas y distinguidas señoritas arrojaban al tren flores. Los vivas a España y los hurras se sucedían. Por la administración militar le fue entregado a cada uno de los viajeros alemanes un saquito con una suculenta merienda, compuesta por una tortilla de jamón, ternera, pescado, frutas, queso, vino y pan”. Con semejante bienvenida no extraña que los alemanes se deshicieran en agradecimientos.
La recepción en las estaciones por donde pasaban sus trenes no era propia de un Estado neutral en la Primera Guerra Mundial, sino más bien de un país aliado de Alemania: vítores, broches con los colores de las banderas de los dos países, canto del himno alemán, regalos en forma de flores y bocadillos…
- Más información en el blog El Abuelo que vino del Camerún